por Amalia Sato
Lluvia(ame) y mar (ama) compartían un mismo origen etimológico. Por eso, en la antología de poemas Manyô (siglo VIII) se designaba a la luna como la “barca” (tsuki no fune), que se desplazaba en el mundo líquido del cielo.
Antiguamente los cerezos florecidos se apreciaban desde lo alto, como nubes descendidas a la tierra, y la ceremonia de observarlos (hanami) se cumplía en fechas establecidas por el viejo calendario lunar; hasta hoy en día, los pronósticos meteorológicos incluyen minuciosa información sobre el estado de su floración, según las regiones.
Y de una manera festiva, continúa celebrándose a la luna llena con el rito de tsukimi, la noche decimotercera del noveno mes, cuando se ve en ella un conejo, criatura tradicionalmente astuta y bromista, que machaca arroz. Y se ofrendan melones, frutas, habas y croquetas, junto con batatas, ordenados en una pila, a cuyo lado se mecen unas ramas de cortadera.