Viaje a Japón 2008

Por Amalia Sato 

Lo más raro de un viaje es poder contarlo. Este que hice entre el 3 de marzo y el 9 de abril de 2008 a Japón, ya lo fui relatando. Hasta mostré las fotos que tomé y las acompañé con palabras. Pero ahora perdió su orden y ya no es una sucesión sino algo escurridizo que se concentra en algunas imágenes y emociones, tal vez las menos esperadas y las más felizmente leves. Voy a Japón. Y otra vez México, siempre asociado con tantas generosas invitaciones y encuentros para hablar de Japón. Tengo un día en el DF y luego el vuelo en Aeroméxico directo, con escala en Tijuana. Esta vez no vi el volcán Popo, pero recité los nombres de Atsuko Tanabe, María Elena Ota y Gustavo Vargas, los queridos amigos que no olvido, a quienes conocí hace ya tanto en un Congreso en Buenos Aires. Una inmensa cola para tomar los taxis y alguien que me presta su celular. Llamo a Guillermo Quartucci para avisarle que voy a tardar un poco más de lo previsto, mientras observo en la nueva terminal del aeropuerto las gradas en las que la gente se sienta como en un estadio para recibir a sus amigos o familiares. Todo monumental, los grandes espacios aztecas. Señorita, Avánzale no te detengas, hermanito. Bocinas. Movimiento. La noche y las autopistas y la Plaza de Toros y llegar a la calle Holbein, y reiniciar ese diálogo con Quartucci, como si no nos viéramos desde anteayer. Del paseo por Chimalistac, el barrio porfiriano, nombro un gingko con su cartel, un árbol donado por el gobierno japonés. Y la Ermita del Secreto, en la que nos dice el cuidador que aun hablando “quedo” se escucha en la pared opuesta. Ese es mi día en el DF, y la novedad urbana los buses que van por medio de las avenidas como los viejos tranvías. En la sala de embarque, G. menciona el secuestro de japoneses. Un siniestro e incomprensible pie para iniciar este viaje donde estoy dispuesta a entregarme al magnífico recorrido que el cicerone más envidiable me ha propuesto. Entre 1977 y 1983 entre trece y veinte japoneses jóvenes fueron secuestrados por espías de Corea del Norte, y llevados al continente para que enseñaran la lengua y la cultura japonesas, o para robarles su identidad. Una de las secuestradas fue Megumi Yokota, de 13 años, que volvía de una práctica deportiva de su colegio. Dicen que murió pero que tuvo una hija. Solamente cinco de los secuestrados regresaron. Soyichi Moto es el autor de un manga sobre la historia de la niña Megumi. El primer ministro Koizumi tuvo la tardía confirmación del destino de estos desaparecidos, víctimas absurdas, pocos años antes de esta época de saturación de información y circulación de datos. Me impresiona pensar en estos japoneses succionados. Planear una abducción para mimetizarse con una cultura. Me interesan los jóvenes. Mi compañera de asiento es una chica japonesa que saca una almohada Bob esponja y se duerme, sin despertarse durante todo el viaje (de Tijuana a Narita), no come ni toma líquido, ni nada. Y no le vi tomar ningún narcótico como en ese cuento de García Márquez que homenajea su obsesión por el Kawabata de las bellas durmientes. El aeropuerto de Narita me sorprende por la sencillez, la austeridad funcional de los espacios. Silencio. Voces bajas. Luces blancas y tenues. Pasar los mostradores y después de unas escaleras, estar ya en una estación de tren que lleva a Tokio. Con la gente usando barbijos empieza mi Japón real: como ninjas de hospital, uniformados y despersonalizados. Y algo que se impone, la manera impecable de llevar la ropa, que se ve de calidad, con una prolijidad prevista pero no rígida. . A medida que el tren se va llenando (un tren en el que vamos con nuestras valijas) empieza el desfile de todas las posibilidades de la moda. Ganas de registrar todo con la camarita pero no es posible. Proliferación de muñequitos y todo tipo de miniaturas colgando de carteras y celulares (kazarimono), como modernos netsuke. Sube una señora con cara de cansada, muy bien maquillada pero con el cabello seco y sublevado, lleva a su hija en cochecito: una nenita con botas y camperita de plástico negro y chupetín, dormida: sus arqueadas pestañas me quedan grabadas. El primer rostro bello que aparece tan próximo. . Me sorprendo de ver tantas casas. Se deslizan por las ventanillas, con sus techos de tejas negras, sus jardincitos con macetas y algún pino, con el auto cuadrado y compacto al costado, se suceden en el terreno irregular, donde todo se ve pegado, sin un orden de líneas rectas, como en una geografía de favelas ajaponesadas. De la marcha por las veredas (no las hay en las calles muy estrechas), los ciclistas que pasan raudos y silenciosos, con canastas adelante o atrás, y a los que vi en días de lluvia pedaleando con un paraguas en una mano. Muchas señoras mayores también son ciclistas veloces, y en el estacionamiento cerca de la estación Kunitachi, todos reconocen su bici, que dejan en las anchas veredas de la Universidad de Hitotsubashi y que recogen cuando bajan del tren. Una larguísima cuadra bajo la arboleda, metalizada con el cuerpo de las bicicletas. Prometo que la próxima viajo con un grabador. La variedad de tonos, la mascarada de voces es formidable. La voz profesional, la del teléfono, la familiar (y dependiendo si con el marido, los hijos, la suegra), la íntima entre amigos o amigas, la que se usa con el extranjero (la que me toca porque siempre explico que soy de Argentina), son tantas variedades, tan bien encarriladas, que creo que sirven muy bien para controlarse. Honne (lo privado, lo recóndito) puede quedar muy preservado por la multiplicidad de Tatemae (lo que se muestra, lo público) disponibles. Y luego las voces disciplinadoras, “domesticadoras” que le dan un toque futurista a las situaciones, la sensación de que “alguien nos observa”. En el tren: con tono de locutora de fm, voz suave: la próxima estación será…, el descenso será por la derecha o la izquierda, por favor no se olvide nada y que nada se le caiga, y recuerde que corresponde ceder el asiento a ancianos y mujeres embarazadas, y gracias por usar nuestro servicio. Las voces en los ascensores parlantes, pero sobre todo las voces en vivo: la mujer que atiende en el restaurant de curry (hay que pagar en una máquina y presentarle un ticket) y que canta los pedidos con una voz oscura, grave y cascada, y qué resonancia fuera de contexto parece tener en un lugar con tanta luz y barra de fórmica. Y los chicos del restaurant de yakitori (pollo asado en brochettes), que reciben a cada cliente con gritos y se van repitiendo el pedido de uno a otro, con gestos enérgicos, y muchas sonrisas. En lo popular, Edo, siempre la energía del período Edo, concluyo. Me alegro de entender las conversaciones. Bien grabada me queda esta escena: la señora muy mayor con cartera cubierta de perlitas y mask (barbijo), y sombrerito, y foulard y un tapado de terciopelo que entra al restaurante de curry – mostrador y taburetes altos – (Guillermo me dice: aquí te podés poner cualquier cosa, hasta una maceta en la cabeza, que si lo llevás con naturalidad nadie dice nada), y el muchacho con aspecto de estudiante que se levanta y se acerca desde el fondo, para ayudarla a subir y sentarse en el taburete del mostrador. Y todas las inclinaciones de cuello, en la coreografía del servicio y el agradecimiento. O la del muchacho, tan bello, con esos ojos que parecen trazados con sumi, y que le cede el asiento en el tren a un anciano, y al que se le dan las gracias con un énfasis casi admirativo: es bello, es cortés, el anciano es bajito, el joven es alto, espléndido. Y otra, ésta en un tren de provincia (volamos como garzas con nuestro Japan Rail Pass): la del loco que en el vagón vacío –salvo nosotros dos y un señor dispuesto a leer con una lata de gaseosa acomodada en la ventanilla – se sienta delante de este pasajero de unos cincuenta, lentes, relajado, ropa deportiva, y le espeta: “sufro mucho”, y G y yo testigos de todos sus gestos para hacer tiempo, para pensar: sacarse los lentes, ponérselos en la punta de la nariz, dejar su lata de té en la ventanilla, y oír cómo repregunta: “¿Usted está enfermo?” y el otro que no, repite que sufre mucho y entonces otra vez más gestos calmos, hasta poder articular con mucha calma y mirándolo a los ojos: “Todos, en cierta medida, sufrimos”. Y el desesperado que suspira y que mira al piso y dice salgo a fumar y no vuelve, y el señor que retoma su lata, su lectura. Se la conté a Nicolás Peyceré el otro día y le pareció propia de una obra de teatro Noh donde se apacigua al fantasma, “le disolvió la vanidad del sufrimiento”, me dijo. Mis alumnos me decían: “Si viaja, que sea en la época de los cerezos”. Y concuerdo. Pero antes de los cerezos, los ciruelos, con sus ramas rectas como palitos de pirulines, y los pétalos que van del blanco al rosa dior más rabioso. La naturaleza, toda codificada, hasta la hierba más humilde. En Asakusa, los paseantes (siempre hay ancianos en grupo disfrutando de las plazas) agitaban la mano derecha para atraer su perfume. Mientras, los cerezos con sus siluetas negras, desnudas, se preparan para en el curso de un mes llegar a su esplendor. Bukimi (siniestros) los anatematiza Guillermo. Son como monjes en procesión, o kurogo (esos ayudantes vestidos de negro en el teatro), esperando para salir a escena. En tres semanas los veré en su esplendor. El mundo pink de afiches, arreglos con flores artificiales, vidrieras decoradas los va anticipando. Y allí están por todas partes, sencillamente espléndidos. Yuka Shibata, mi alumna de hace años, me lleva a un camino lateral en Nagoya, donde construyen literalmente un túnel al tocarse las ramas de las hileras enfrentadas. Un túnel rosa con la luminosidad de una maraña de tules. En Kamakura a lo lejos en medio de otros árboles se verán como manchas pálidas de rosa sobre ocre y verde musgo, como se los apreciaba en otras épocas, como gustan de verlos todavía los connaisseurs desde los autos o a pie, a la distancia exacta, según me indican Harue, la mujer de mi primo y su amiga Yoko. Y la dinámica que se crea a su alrededor: los grupos de amigos que disparan sus cámaras digitales de continuo fotografiando las ramas, las flores, toda la copa, los picnics de noche dentro de canteros a lo largo de las veredas. Es una de esas imágenes características: gente durmiendo en los trenes o subtes y sí, la gente dormita o duerme profundamente con la cabeza caída sobre el pecho (¿una táctica para no molestar al que viaja al lado, o una muestra de absoluta confianza como piensa G.?), los cuellos colgando y balanceándose. Sólo vi a uno que se le quedó dormido sobre el hombro a su compañero de asiento (y éste, impermeable color arena, aspecto de oficinista, impecable, lo sostuvo sin rechazarlo), y lo escuché pedir miles de perdones con su cara somnolienta al despertar, y el otro, sonrisa y de nada. Por todas partes las máquinas que venden bebidas (hanbaiki), y esto desde la década de los 60, con monedas o billetes, bebidas frías o calientes, siempre el vuelto exacto, el mantenimiento perfecto. Bebidas frías y calientes por todas partes, incluso en los caminos más apartados, máquinas para el ticket con el combo en los restaurantes, para los boletos de tren y subte, todo funciona, nada se atasca, nada hace ruido, al final del recorrido los boletos son chupados por las tranqueras de control, o los tickets se depositan en canastitas en la caja de los convenience store. El best selleriano Kyochi Katayama en su novela Funadorimade (algo así como Hasta el embarcadero), cuenta de una ama de casa que explota dos máquinas, una de bebidas y otra de cigarrillos, en una trama donde se mezcla la ingeniería de los cuerpos (un vientre de alquiler) en un paisaje urbano de apacible medianía. Y cuando comento que nunca vi a nadie reponiendo mercaderías ni sacando el dinero, como en los cajeros automáticos de Buenos Aires, me explican que eso se hace en horarios especiales, cuando nadie ve, que la máquina debe verse siempre impersonal e impecable. Y eso sucede, doy fe. En su película “Hanami”, Doris Dorrie provoca el encuentro entre una bailarina de Butoh mendiga y un viejo alemán viudo en un viaje homenaje a su mujer que tanto deseaba conocer Japón, y sí se ven mendigos y su color es el azul como los paños de nylon donde se sienta la gente: azules sus camperas y azules las tiendas de plástico donde viven. Me escriben que con la crisis que desataron en estos últimos meses se multiplican, la reciente foto de un hombre cargando todo lo que puede en el invierno japonés recorrió el mundo. Veo a los homeless con la mirada perdida, sus camperas infladas con las mangas tipo “michelin”. La mendiga vieja, con su ropa en un ensemble color hojas otoñales, que G. me dice duerme desde hace años en el mismo banco en la avenida que lleva a la estación Kunitachi. Los pobres de Sanya, el barrio más opaco de Tokio. El barbudo flaco y desgreñado que aparece de golpe del fondo del jardín de un templo, como Toshiro Mifune en Rashoomon y que se ofrece como guía. Y el golpeteo insistente del enojo, el clamor por una injusticia, también lo escuché. En un banco adonde voy para cambiar dólares- siempre la bandejita para dejar el dinero- y una mujer que grita, y el “mooshiagemasen” (perdón, disculpe) del empleado repetido como una letanía que no la calma, y todo el resto de los colegas mudos, tensos; y también en un mostrador de una estación de tren, un anciano que se queja por algo y el muchacho que atiende, colorado, bajando cien mil veces la cabeza y disculpándose por la empresa, y los de la cola que asisten a la escena sin expresar nada en las caras. Y la chica mendiga y tan sucia que habla sola, y los mendigos en los pisos subterráneos de las grandes estaciones que caminan arrastrando los pies. Mundo de kojiki, mendigos. Los hombres caja de Kobo Abe. Nihontsutsumi. El Tokio feo y triste. Mundo tremendo de casas sin medianeras, separadas por espacios de 5 centímetros, y ¡con ventanas! Por el problema de los terremotos. Algo que se repite en otros barrios, entre casa y casa, un espacio que no llega ni a la dignidad de un corredor, a veces con trastos, una imagen que angustia. Puertas corredizas automáticas y silenciosas por todas partes. Y los Oyayubizoku: generación del dedo pulgar (por el uso constante de los celulares, que nunca suenan). Y si hay que hablar todos van al cell phone corner, un espacio entre vagones en el tren. Vi a un señor hablando por celular y haciendo reverencias a un costado de un corredor de una estación por el que las multitudes circulaban a la hora pico. El celular se usa para todo, y también para internet. Por eso la mala fama de los net café, pues muchos nanmin (inmigrantes del sudeste de Asia) los aprovechan como dormitorios: hay cubículos con pantuflas, sillón giratorio, y a disposición termos y saquitos de té y baños, y estantes con manga. Se sorprenden cuando uno pregunta dónde están: pues todos tienen laptop, celulares. . Los jóvenes parecen de otra raza: estilizados, de piernas largas, las chicas ya no son chuecas – no se sientan sobre los empeines -, cortes de cabello variadísimos tipo cosplay, los minivestidos sobre los jeans, pestañas artificiales, una “Maria Antonieta” por la película de Sofía Copola que baja la escalera de la estación de tren a media mañana. Chicas con minifalda, con minishort, se diría que provocativas, pero no hay miradas ávidas ni comentarios a la vista. Moda de los superpuestos: vestiditos, pullover abajo, pantalón. Tokio: 33 millones de personas desplazándose, trenes sincronizados: rápidos y con paradas en todas las estaciones. Las coreografías perfeccionadas: escaleras mecánicas con una mitad para subir inmóvil y la otra para avanzar a paso rápido, líneas de demarcación para esperar. Pero de golpe alguien que corre y no tiene inhibición en empujar, dar un codazo, adelantarse bruscamente para ocupar un asiento. Tomen nota de los lugares donde se cita la gente, se manejan por referencias, carteles, etc, más que por números o calles. Se diría que los antiguos planos: fosos, arrozales, sendas a los templos, todo se mantiene y la ciudad es sinuosa, con laberintos que hay que respetar. Baños por todas partes: en los parques, las estaciones, los caminos de montaña. Limpios, con inodoros o con letrinas en el piso, todos con papel higiénico, toallas de papel o aparatos para secarse las manos y jabón. Baños unisex, baños donde se pasa viendo a los señores de espalda en los mingitorios. Y la limpieza de todo a cargo de ancianos o ancianas jubilados, bien equipados e instruidos que son tomados como trabajadores de tiempo parcial (arubaito). Muchos baños para mujeres con el dispositivo “Otohime” (ruido de la princesa): un botón automático o que hay que presionar y que hace ruido de agua (antes una criada tiraba un balde de agua o la esparcía mientras la dama orinaba, para proteger su intimidad). Baños: washiki (oriental), yoshiki (occidental), inodoro con la tabla calentita, papel higiénico con tapa para cortarlo perfecto, y con un piquito en el inicio cuando está recién puesto, líquido para limpiar la tabla, chorro de agua abundante o escaso, ganchos para la cartera, asiento para los bebés. Los destaco como lugares fundamentales para esta circulación animada y amparada de los cuerpos. Lafcadio Hearn, recordado en todas las ciudades por donde anduvo. Su escritorio, una mesa con patas muy largas, y una silla acorde, para facilitarle la lectura: tener los papeles casi pegados a los ojos. Siempre retratado de perfil, casi ciego, profesor de inglés, al rescate de las tradiciones, de los cuentos de fantasmas. La devoción de su mujer, Setsu Koizumi divorciada, abandonada por su primer marido y que le dio tres varones (preciosos) y una hija. Y en el memorial de la ciudad de Matsue, el recuerdo de Sentaro Nishida, su mejor amigo allí que muere a los 36 años. Hearn muere a los 54, y Setsu a los 64. El onnagata, el actor mujer, más famoso de Japón, Bando Tamasaburo entra en escena. Desde el paraíso, el recorrido del serpenteo de la cola de su kimono imanta el escenario y, cuando toma asiento, la tela queda ordenada como un platito perfecto. Algunos hombres lanzan con su voz espléndida los kakegoe, los gritos de aliento, son los kuro, los “negros” (los fans, los conocedores), y lo hacen en el momento preciso, haciendo vibrar la sala. Los shiro (los blancos) son los novatos, los que desconocen las obras y los códigos del mundo kabuki. Tamasaburo tiene más de 50 años y continúa preservando la “flor” de su encanto. No puedo creer que a pesar del tiempo, un lugar logre transmitir así su tono. Un raquítico sauce marca el límite del antiguo barrio de placer de Yoshiwara: en una estación de servicio al lado de un poste con cables y lo que llamaré transformador monstruoso en altura. En el cementerio, las yujo (prostitutas) de Yoshiwara en urnas blancas apiladas dentro de una tumba con aberturas, y ahí me doy cuenta de que no eran tantas y de que el barrio era un cuadrado de cinco por cinco cuadras, y para colmo de saturación, tocándose con el paredón del cementerio una casa incendiada. Y el hombre enérgico y macho que lava la tumba, parte de un contingente de turistas japoneses, viejos y viejas, que sentencia para que lo escuchemos: “Aquí también está Cristo”. El Mokubakan, un teatro para vaudeville en pleno barrio de Asakusa. Teatro del género taishyu engeki, un vaudeville “mersa”, los actores pueden “tentarse”, incluso en el climax (moriague). Danza, humo, luces. La troupe es la familia Asai de Osaka. Público fervoroso de señoras que vienen de lejos, que deslizan los billletes en el escote de los actores – hay también actrices pero las estrellas son los travestis- se come, se fuma, y se saluda a los ídolos amables a la salida. Ellos, espléndidos, gentiles con sus admiradoras. El chico amanerado de pelo alborotado que atiende la boletería recoge con otros compañeros los papeles y ordena la sala para la siguiente función. Todo transcurre de día, mediodía y tarde bien temprano. G. es un fan de este lugar, y yo pienso lo fantástico que sería que pudieran venir alguna vez a Buenos Aires (con el público de ancianas incluidas). Karakuri (muñecos autómatas) que descienden iluminados dramáticamente por un caño, en el museo de literatura de Setagaya, mientras el público (unas cuatro o cinco personas escuchan un relato grabado). También hologramas dentro de una caja, en el memorial de Izumi Kyoka, mientras se escucha el relato de una historia de fantasmas. Los espacios (museos, memoriales) dedicados a los escritores son el centro que realza ciudades, barrios: vamos a homenajear a Ogai, Higuchi Ichiyo, Soseki, Hayashi Fumiko, Lafcadio Hearn, etc, etc. Son kamisama (espíritus divinos) y sus lugares de nacimiento (furusato) o donde pasaron parte de sus vidas, lugar de peregrinaje. La memoria de la actriz Sada Yakko: su templo y tumba con su compañero Kawakami, objetos, retratos, el testimonio de actrices y actores que la honran, es un ejemplo impresionante de la presencia de los creadores. A las 9, ya hay ropa colgada al sol en todos los balcones, impecablemente tendida, también en los jardines de las casas, al alcance de cualquier mano, sobre barras (las camisas traspasadas como espantapájaros). Los japoneses no huelen o huelen a ropa limpia. Trenes repletos donde se siente la presión de la masa que desplaza como olas y no hay olores corporales ni a perfume). Mundo del envase: instrucciones para abrir todo: pajitas extensibles, sobres de mayonesa, el paquete con el oniguiri (bollo de arroz triangular y algas, éstas separadas por una película plástica de la masa de arroz, pasos 1,2,3, si no todo se desarma). Al final del día el recipiente de residuos de la habitación lleno de bolsas, sobres, etc. Sociedad de consumo y servicios, eso. Japón transformado en un país de economía de servicios. No fabrican, no contaminan, pero tienen que consumir. Ante la amenaza del comunismo, aceptaron la Ocupación de Mac Arthur. El modelo Japón. Un capitalismo distributivo, un modelo especial, una sociedad domesticada (desde Meiji con políticas de Estado, con la constitución autoritaria de 1885). ¿Técnica bonsai: masificación, igualdad, confort? Apunto la conversación con el dekasegui nisei peruano a la vuelta en el avión: hace 20 años trabaja en una fábrica en Yokohama, y me dice lo raro que le resulta todavía que le digan al final de cada jornada Otsukaresama, (gracias por su cansancio, cómo se cansó, se cansó bien). Plasticidad de los cuellos: inclinaciones al saludar, el cliente menos, más el empleado del comercio, saludos al entrar, al salir, al cruzarse, El mundo de la cortesía como religión del que hablaba Roland Barthes. Doomo (gracias), omataseshimashita (perdón por la espera), irasshaimase (bienvenido), gochisoosama deshita (disfruté de la comida), siempre saludos, siempre registrar al otro. La etiqueta como un resguardo, siempre presente. Estas definiciones se escuchan en la conversación o en los medios y son la explicación de los males sociales, los crímenes, los abandonos: el otaku, el maníaco de videos, manga, mass media, de mediados de los 70 y 80, navegando solo por internet, se vuelve asocial y es un potencial hikikomori (individuo que se sustrae de la sociedad y de la familia), y entra así al grupo de los kawatta hito, gente rara. También se usa mucho el término single parasite (solteros o solteras de más de treinta que siguen viviendo con los padres): tienen dinero pero no quieren irse, un fenómeno de los 90. Si son mujeres también las llaman old miss. De las caminatas por las zonas rurales, los espantapájaros hechos con botellitas de agua mineral, ropa colgada, ropa interior y futon, macetas, jardincitos, casas y casas. Por todas partes lugares para rezar. Artesanías chirimen: rellenas con tela, hechas de retazos, propias de las mujeres, una industria casera pero presente en todos los kioskos de la estaciones, en las tiendas: carteritas, muñecos, adornos. El aprecio por los diseños, mundo de manualidades. Un ejército de mujeres trabajando en sus casas, y haciendo estas piezas únicas. Preferencia por las aguas termales (onsen) antes que por el mar y la playa: los jovencitos en Kinosaki, con sus yukata y el taconeo de la madera de los geta (las sandalias de madera), riendo en medio de la noche fría. Y el bow window de la habitación de hotel con su vista a los arrozales. Y el cartel en el cementerio: “Los insectos pueden resultar molestos pero rogamos no usar repelente para no perturbar a los muertos ni alterar el aroma del incienso”. . Convini (Convenience store): Yamazaki, Lawson, Seven Eleven, Family Mart, Heart In. La primera cadena fue norteamericana. Atendidos por jóvenes. Arubaito, el trabajo temporario, era algo para los que deseaban trabajar y estudiar, ahora para muchos es un modo de escapar al empleo de por vida en las grandes empresas. Y repito, los jóvenes conservan la etiqueta del lenguaje cortés, no importa su aspecto: crestas, pestañas postizas kilométricas, maquillaje recargado, la suavidad de la cortesía y el respeto parecen siempre disponibles. . Nagasaki, Kumamoto, el sur, regiones rebeldes durante la Restauración Meiji. Memoria de portugueses y holandeses. Tierra de mi abuela materna, Tsuyu Harada, y del enorme volcán, el Aso-san (así con honorífico) que mi papá siempre cita. La visita a la Isla de Dejima: (literalmente “isla de desechos, cascotes”), isla artificial construida entre 1634-36, separada por un canal de unos tres metros de tierra firme. Blomhoff, su proyectista, el dibujante Kawahara Keiga, Von Siebold, Kaempfer, Thunberg, nombres para bosquejar una época fascinante, y los hologramas de un holandés, una geisha, etc que avanzan en tamaño natural para contarnos sus historias en la sala museo dentro la miniaturesca ciudad reconstruida. Museo de la Bomba de Nagasaki: la arquitectura cobra todo su sentido, corporizando la sed de las víctimas, una superficie de agua que cae sin una sola onda, el recorrido previo para pacificar la mente, en sentido contrario a las agujas del reloj. Memorial, círculo, sala, 12 columnas, asientos, libros con los nombres de las víctimas guardados en una caja de cristal, silencio, relajar la mente, prepararse, pero luego toparse con los grupos de turistas con sus guías que hablan en chino, en ruso, en inglés, molestando una visita que no necesita explicaciones, y que termina con la pequeña foto de Joe O’Donnell, “Niño en el crematorio de Nagasaki” . El negativo estuvo 45 años guardado, O’Donnell no se atrevía a tocar el material, ese día un mes después de la caída de la Bomba disparó su cámara y recién después comprendió (busquen en internet, allí está todo) La Estatua de la Paz es muy fea: mano hacia arriba (lo divino), hacia abajo (la paz), ojos cerrados (meditación), y también todas las que aceptan como homenaje. . Meiji Mura merecería una nota entera, pero sólo apunto esto: estuve en el Hotel Imperial de Frank Lloyd Wright, una de las cosas que más deseaba, disfruté su monumentalidad de escala humana con su homenaje a las grecas mexicanas de Mitla. Allí se puede tomar el té, hay porcelana Noritake estilo art déco diseñada ad hoc, pero llegamos tarde. Aconsejo no dejarlo para el final, sino iniciar en él el recorrido (aunque como premio, es inmejorable). A las 17 cierran y ya no queda nadie, salvo nosotros ese día caminando bajo una levísima llovizna. Se ven desde lejos como manchas rojas de un campo de amapolas pero son tumbas de niños con sus juguetes y vasitos y molinetes multicolores que giran, y los jizo protectores con sus gorritos de lana roja tejidos. Mundo Shinkansen, vallas por donde pasa el tren para que el ruido no moleste. Es un país chico con mucha población pero lo defino como un mundo origami. País plegado, con montañas, ríos, y rincones por todas partes, que no agobia. Según Setsuo Harakawa, las tres cosas que se anunciaban como inútiles fueron: la Muralla China, los portaaviones, y el Shinkansen, que resultó un servicio modelo, que los europeos copiaron pero no lograron igualar. Esto dicho durante una cena en Kobe, en un piso 18 con la vista del puerto. La ciudad reconstruida, después del desastre, y un día de paseo completo que nos regala con Kimiko su esposa, y visitamos entre tantas cosas el Museo de carpintería. Y recorremos Sannomiya, con su hormigueo de personas y tantos bares bajo puentes. El homenaje a Kawabata en Kamakura se cumple con Harue y su amiga Yoko que nos lleva todas partes con su auto, veo la casa que inspiró El sonido de la montaña en la parte alta de la ciudad y también la tumba, en un extraño cementerio levantado con terraplenes sucesivos y por último el edificio de departamentos donde se suicidó. Este, parte de un conjunto frente al mar, un lugar maravilloso que me parece hasta tropical por la luz, un lugar que no asociaría con la muerte, pero Yoko me dice que el mar para muchos japoneses es como el líquido amniótico. Imperdible, la visita al Templo Shookookuji, con su confitería y el balcón para la contemplación del tupido jardín de bambúes, con una taza de té verde y una masita, tal vez tan iluminador como el famoso del templo de Ryooanji con las quince piedras en Kioto. De la charla con Marcelo Higa, que me destila con lánguida elegancia su erudición y toda su inteligencia, recuerdo que me señaló que en 1920 se produce un gran cambio en la construcción, y aparece un nuevo material aislante, apto para terremotos, que afea la construcción y me señala ejemplos de esa suerte de pared de prefabricada acartonada. Coincide con mi teoría de las capas y capas de códigos que los japoneses son capaces de manejar, según las situaciones, sin conflicto. Vamos a Omotesando, donde quedan algunos departamentos de Taisho, y al famoso shopping Omotesando Hills diseñado por Tadao Ando, donde tomamos un café acompañado con azúcar aglutinada alrededor de un palito de madera con efecto cuarzo. Me cuenta del dilema académico: “publish or perish”. Muy dandy, su gasto en la conversación lo lleva a contarme de la industria de las bolas de billar de marfil, y del alcanfor fundamental para fabricar la celulosa con la que se fabricaron después, y de Totoro donde el alcanforero (kusu no ki) tiene tanta presencia, y del sugi (el cedro), culpable con su polen de las alergias y del éxito de la industria de los barbijos. El penúltimo día se desata una tormenta, haru no arashi, hay mucho viento y veo cómo se sacuden las ramas de los cerezos que tocan el balcón, caen los pétalos y esa es mi despedida de la primavera y de mi mes en Tokio. Decido quedarme en la residencia Sano Shooin todo el día y escucho por la tv que han suspendido el servicio del shinkansen, y una noticia que presentan como algo muy insólito, el ataque de jabalíes a una mujer y a una escuela, en un pueblito de Osaka. ¿Será que las fuerzas de un Japón recóndito y salvaje se hacen presentes también mi despedida? G. sale y se le rompe el paraguas, me cuenta a la noche que las calles quedaron regadas de paraguas rotos. Para mi alivio, nos vamos en micro a Narita, me voy de Tokio viéndola desde las autopistas, desde arriba, veo Disneyworld de lejos, y sé que todo va a quedar grabado en lo más profundo de mi corazón. Addenda: TV En la residencia o en los múltiples hoteles donde vamos parando, de noche o a la mañana antes de desayunar, veo TV, y tengo un pantallazo, valga la redundancia, donde se cuelan los análisis sociológicos o psicológicos, las nuevas direcciones. Obviamente hay de todo, muchos programas con llanto y lágrimas contenidas, con las caras de los locutores enmarcadas en círculos o cuadros aparte mostrando sus emociones. El Japón sentimental de los lemas constantes: esforzarse (gambatte), no renunciar (akiramenai); de los elogios y la sonrisa inmediata: kirei (lindo), oishii (rico), kawaii (gracioso). Aquí, un listado de lo que vi./ Un documental sobre Eikoh Hosoe, un japonés “internacional”, premiado por la Asociación de Fotógrafos Internacional, trabajó sobre Gaudí, el World Trade Center, Ohno, Hijikata, Mishima./ Una señora (best seller) que da consejos a jovencitas, que aparecen en pantalla llorando a moco tendido./ Un programa sobre New half, transexuales, con cinco muchachitos preguntando y opinando con total desparpajo y risas./ Clases de idioma todo el tiempo, la de español con Begonia, la profesora aparece como una mujer demonio que toma examen, y pasan un fragmento de una película con Darío Grandinetti para ejemplificar algo. Las clases de idioma extranjero en realidad son más para el lucimiento de los profesores foráneos con sus explicaciones en japonés, y el elogio de los acompañantes nativos que repiten NIJONJIN YORI ZYOZU, mejores que los propios japoneses. Así la cultura japonesa aparece como algo transmisible, deseable, el touch de sofisticación. / Un programa con cantantes, donde se destaca Sugimoto Maroto y su canción por la madre (Ware moko). /Recomendaciones de dos gourmets Ando y Campbell (mujer y hombre) que visitan restaurantes, prueban y dan sus puntajes./ Una charla del especialista en hikikomori (los jóvenes que se clausuran en sus habitaciones), Shinohara./ Una viejita que enseña a cocinar hierbas silvestres, en oshitashi (hervidas y prensadas) o itamemono (saltadas)./ Señoras lisiadas que enseñan cómo pelar naranjas. (nattoku, “especiales” es el término políticamente correcto que se emplea. /Un documental sobre la tumba de Osamu Dazai (el escritor que se suicidó las aguas turbulentas del rio Tama, en Mitaka, por donde pasamos y donde una placa lo recuerda), una tumba muy reverenciada sobre todo por jóvenes. /Programa de Nihon no uta (Canciones japonesas), donde los intérpretes cantan a pedido del público. /Presentación de una bailarina de flamenco y cantante de enka: Nagamine Yasuko./ Programa sobre haiku, lectura y comentario de poetas. /Programa sobre los chikan (los degenerados) y la manera de actuar ante sus acciones. /Charla de Itami Yuzo (cuñado de Oe Kenzaburo), director de cine./ Clase para enseñar a cantar el Happy Birthday a los chicos. /Un señor que es casi ciego pero que puede leer con una máquina lupa, especialmente diseñada para él y trabajar en una productora de películas./ Programa con los best concert (interpretaciones maestras de música clásica). /Una investigación sobre jóvenes que ahorran excesivamente y no quieren gastar. /Programa sobre emprendedores, bajo el lema Yukkuri aruke, sorawo miru, amenimomakezu, kazenimomakezu (Caminar lento, mirando el cielo, sin dejarse vencer ni por la lluvia ni por el viento), los archiconocidos y reverenciados versos de Miyazawa Kenji: una japonesa de 26 años, Yamaguchi Eiko, que fabrica carteras en la India y exporta, es muy exigente con el control de calidad. Había sido una izimerareta ko (chica acosada por sus compañeros). /Una publicidad de cremas con Angelica Jolie./ En el mismo noticiero: informe sobre una nena de 2 años que dejan sola con comida de convini (los maxikioscos) y que muere, y la noticia de que se recibe del jardín de infantes la nieta del Emperador, Aikosama./ Noticias sobre Burichan (Britney Spears). /Nota sobre un gaijin (extranjero) que intenta hacer mochi (masa de arroz gomoso) golpeando en el mortero, y las burlas./ Consejos sobre cómo viajar usando cupones de descuento. /Noticia sobre la muerte de una sobreviviente de la bomba de Nagasaki. /Programa cultural sobre Serguei Eisenstein./ Programa llamado el Club del perezoso, y elogio de la slow life. /Clase de idioma chino./ Clase de lengua italiana./ En una entrevista el concepto de glocal y la palabra de moda NOMUNICATION (nomu, tomar + comunication)./ Un concurso para hacer capuccinos con dibujitos al servir la leche, y el Best Capuccino Award lo obtiene Miyuki Miyamae./ Curso de ruso./ Programa con un cantante carilindo, Ken Hirai./ Mesa de expertos en animé, curioso que no analizan, hablan de kantoku no ishi (voluntad del realizador) y de kamisama (espíritu divino), debaten sobre Ideon, creado por Harutoshi Fukui. /Palabras que se repiten en la TV: utsukushii (bello), furusato (lugar natal), natsukashii (añorado), shiawase (felicidad), ganbatte (esforzarse, aguantar), kamisama (dios), oyako (relación padres/hijos), otoosan (padre), okaasan (madre), akiramemasen (no desistir), minnani isshyo (todos juntos)./ Una clase de origami. /La serie Kimpachi Sensei, el maestro de chicos de clase baja y la niña rica triste: Lágrimas, agradecimiento y la ceremonia de graduación./ Y la publicidad que dice Kazoku to motto shaberu (con el juego de palabras entre hablar y pala (shaberu): hay que hablar más con la familia, y dos jóvenes que agitan unas palitas./ Otra frase de la tv sentimental: shippaiwa seiko no hana (el fracaso es la flor del éxito)./ Programa sobre el Alzheimer y la enfermedad de Pick. (dos casos y el esfuerzo y dolor de la familia)./ Una propaganda de productos de limpieza con una madre loca y con poca paciencia. /Programa sobre taichi y baseball./ Otro sobre Genji monogatari (el Romance de Genji) y los cerezos (y el obvio comentario sobre Eros y Thanatos)/ Programa de inglés de 10 minutos con keywords, el profesor es George: these things happen, did anything happen?, It happens to be my birthday, I happened to meet her in the party, Do you happen to know her?/ La escritora monja Setouchi Hakucho. Un programa sobre los 1400 años de Yamato./ Una clase de shyako dance, danza de salón. /Notas a Mao Asada, patinadora campeona del mundo./ Programa sobre una maestra que le cambió la vida a Tamura, un beisbolista, con una carta cuando era niño y había quedado huérfano./ Programa sobre música de películas, cantadas en inglés por japoneses vestidos de gala, El mago de Oz, My fair lady, y todos terminan con el tema… otro homenaje a Audrey Hepburn, omnipresente: I could have danced, danced, danced, all night./ Cultura: Programa sobre los hermanos Akiyama (Akiyama Sameyuki), sobre Masaoka Shiki (su teoría de shasei, ver las cosas en sí), sobre Shiba Ryotaro y el Espíritu de la época(Jidai no Kuuki), Yamashita Kyuusai y El Japón que yo amo (Ai shita Nihon)./ Sobre la internacionalización del karaoke./ Comentarios sobre libros./ Tecnología: reporte sobre una escalera mecánica que funciona cuando se activa el ojo./ Elogio a la patinadora que akiramenakatta, que no renunció (se resbaló y golpeó contra el paredón de la pista pero se levantó de un salto y siguió en la competencia), enryoo shinai (no se abstuvo)./ Cultura otaku (otaku bunka): en los maid caffe de Akihabara, jovencitas vestidas con tocas blancas de mucamas y uniforme negro saludan a los clientes con la dedicación de esposas a sus maridos./ Pronóstico sobre los cerezos (sakura), y un experto que habla sobre su prueba de manejar la floración mediante el enfriamiento de las raíces para hacerlos florecer en noviembre./ Programa de karaoke con la transcripción de lo que se canta./ Sobre recuperación de pueblos mediante actividades culturales: experiencia de un joven de 25 años en Hokkaido./ Emile Gallé, la influencia de la porcelana Kutani en el art nouveau, los vidrios de Nancy, la libélula dorada de Hokusai: de la tradición al artista, y de un tal Marunaka de Kanazawa que exporta el gusto japonés, el oro de Kutani./ Test de conocimiento de kanji (los ideogramas, y de los más difíciles) con personas famosas./ Programa sobre peinados para bebés./ La cantante Minako./ Programa sobre Kabukicho, el barrio de placer de Tokiio, y las patrullas de policías buenos y consejeros que van al rescate de los descarriados./ Bistró Smap: el grupo pop cocina, recibe invitados, hace reportajes, hace años que gozan de popularidad, los veo con su elegancia relajada./ Un loco en la estación Kanagawa hiere a ocho personas, dicen que era un hikikomotte (un ermitaño asocial), lo llaman el yobishya, el asesino de JR. /Programa con ejercicios para bajar de peso./ Programa sobre variantes de ramen, soba, spaghetti. Sappari es la palabra más usada para elogiar el sabor: fresco. /Reportaje a fanáticos de las marcas, ¿individualismo o sometimiento?/ ¿Para qué la Universidad?: debate entre profesores y alumnos./ Hanabentoo, una clase para decorar con rosas y otras flores hechas con materiales comestibles, la vianda./ Propaganda de un shampu para verduras. /Chicos japoneses que enseñan a cocinar a otros en un colegio inglés, no hay uchiwa (pantalla para enfriar el arroz), no hay palitos, la cocina es a gas. Hacen chirashi, misoshiru, huevo, arroz, ajimisuru (prueban el gusto).La conclusión agradecida es Minasan wakatte kureta. (todos se dignaron comprender) Otros lemas TV: dont be shy, no ser tímidos (hashigarazuni), no privarse (enryooshinai)./ Recetas para el primaveral mundo pink: masitas (wagashi), kaiseki./ Publicidad de una bolsa para llevar el obento (vianda) y una sillita plegadiza (oritatami) para sostener la espalda, y una frazadita para cubrirse las piernas. /Moda María Antonieta, todo rosa, kawaii (gracioso), y visita a una practicante que confiesa una toilette de tres horas cada día./ Una nueva presentación de sushi: cómo envolver con el pescado el arroz y comerlo como si fuera un paquete./ Un hombre mata a su familia, y la gente deja flores en la vereda, dicen que tenía problemas mentales./ Yoko Ohno en un festival de rock./ Iluminador y designer Kinoshita./ Instrucciones para preparar dozyo, (anguilas o renacuajos de agua dulce): dejarlos en sake para que se emborrachen y cocinarlos en una olla, dozyo nabe, con pimienta. /Un maestro que hace pinceles con pelos de animales y con su propio cabello./ El talk show de Bito Takeshi (Kitano) – recuerdo cuando hace unos años su hermano dio una charla sobre ecología y aprovechamiento de energía en el Hotel Alvear de Buenos Aires, y para amenizar contaba anécdotas del famoso actor-, hablan sentados a la japonesa, distendidamente, los invitados y Bito se ríen, hablan con sus voces graves, cuentan anécdotas, como palmeándose en el hombro y reasegurando códigos. /Noticiero: otro asesino, un yobishya que mata a una muchacha filipina, y mete los fragmentos de su cuerpo cercenado en coin lockers, entre las estaciones de Odaiba a Saitama./ Clase de gastronomía sobre la preparación del nigari tofu (un queso de soja que rezuma sal)./ Un spot infantil con pruebas del Pitágoras switch, el desencadenamiento de movimientos, tipo baraja de naipes cayendo, con algo que inicia la serie./ Nota con un viejo artesano de jaulas para pájaros que trabaja con perfección el bambú. / Un experto responde preguntas sobre el uso del washi y su etiqueta en la envoltura de botellas, o en el ensobrado de dinero o mensajes./ Consejos para la moda de jovencitas: los vestiditos superpuestos sobre jeans, medias, tacos, zoquetitos. / Escucho esta frase en un reportaje y la anoto Kokorowo komete (preparar el corazón)./ Un gran chef enseña a cortar el atún en diagonal (para el oniguiri, es decir montado sobre el arroz), o derecho (para sashimi, cuando se lo sirve solo)./Un concurso de grupos, de esos que tocan en estaciones o parques y que son descubiertos, y el back stage que muestra cómo lloran cuando pierden, pero antes cómo soportan casi mudos los duros veredictos del jurado de notables. Y los amigos que dicen que han ido para Ooen ni kita (para alentarlos). Uno del jurado critica a unos chicos porque obran como hacen como Miyamoto Musashi, “siguen su camino, sin pensar en el público”, y les recuerda que hay que pensar en okyakusama (los invitados)./ Un homenaje a Hachiko, el fiel perro –popular lugar de encuentro (le agradezco a Harue haberme citado allí tres veces, dicen que es también el mejor lugar para desencontrarse)./ Reporte sobre casos de intoxicación con una bebida (importada de China)./ Un dibujito animado de una mamá sin paciencia con su bebé./ Nota sobre un restaurante con peces, en una pileta de 4 x 4 m con agua de mar que se renueva semanalmente, en forma de jardín acuático, y el empleo de hojas de hoo sobre las que se cocina. (tomo nota del teléfono y los horarios 042-666-1919, de 11.30 a 14, 17 a 22)./ Imágenes del Parque Ueno: el hanami y el problema del alcoholismo. /En Kanagawa, una excursión con escolares que aprenden a asar masitas envueltas alrededor de una caña de bambú. /Nota sobre un voluntario que hace Kamishibai, como una actividad de rescate cultural. /Reportaje al autor de canciones, Yamada Kozaku, y un lema Yume o motoo (Sostener los sueños). /Una nota sobre una pareja de ancianos que van a China y que se cuidan tomando vitaminas. /Un nota sobre las chicas que aparecen en las revistas (gurabia idol)./ Un pronóstico para el secado de ropa, en el noticiero. /Un programa sobre la soja (daizu), isoflavonas, marugoto daizu, colesterol 0, etc con señoras muy interesadas en el tema.