Revista Barzón

(TEXTOS COMPLETOS)

  1. Barzón 24,  AGOSTO 2012

Colecciones: “Cada cosa sagrada debe estar en su lugar”

Por Amalia Sato

Teatralidad en el ritual del dueño que presenta la colección, la que sea, asombro del que la recorre. Un escenógrafo magistral ordena los objetos en una serie fantasmagórica, con las cadencias de un juego pasional. El coleccionista es el bricoleur levistraussiano que renueva y enriquece su existencia con los residuos de construcciones o destrucciones anteriores. Habla por medio de las cosas y la elección que cumple entre infinitas posibilidades, da cuenta de su carácter y es su biografía.    

De la pasión privada, de la obsesión que sigue un gusto y hélas crea un estilo – eso que el orden social aprecia como el rasgo menos definible – a la ley del ciclo, al sometimiento inevitable de la caducidad histórica. Los objetos entronizados en las casas maravillosas se salvan de la muerte en las salas del museo. Lo que era causa de una pasión, presa codiciada de una cruzada que transforma en poesía la materialidad redimensionada, es ahora visitado por  multitudes voyeur que se apropian con la mirada de un instante, por gentíos a los que se prohíbe el flash, el toque, el roce, a veces hasta la cercanía. Lo que fue puro deseo, ahora protegido por tantas prohibiciones, es un fragmento de otra totalidad. Y sin embargo la sensación de que “it adresses somebody“-de que siempre algo a alguien se le dedica de modo exclusivo- parece continuar el original sentimiento amoroso del coleccionista. Los universos mitológicos están destinados a ser desmantelados apenas formados para que nuevos universos nazcan de sus fragmentos decía el antropólogo Franz Boas. Y así las colecciones, tesoros conformados por valores,  gusto, estilo, codicia, placer, acaban siendo custodiadas por las musas, protectoras de la memoria. No se me ocurre en este momento ejemplo más cabal por su dimensión urbana que la Museum Mile en New York, miles de obras de cientos de colecciones privadas, desplazadas de mansiones ya fantasmas, sólo a veces recordadas por acuarelas o fotografías de época, y desplegadas en un circuito público. 

El sistema de objetos que, según Baudrillard arriesgaba, podría agregar una respuesta más a la angustia del hombre frente al tiempo y la muerte, el museo imaginario de Malraux a piacere de cada uno y  con el cuestionamiento a cada una de las expresiones del mundo, el inventario de los gabinetes de maravillas con todos los objetos recogidos en los viajes de exploración, la ciencia de lo concreto y la taxonomía con su inminente valor estético tal cual sentenciaba el gran Claude Levi-Strauss. Del fragmento a la ilusión del todo coherente. El coleccionista como efímero demiurgo, y la colección, preservada por tres generaciones. Luego, la Historia.      

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2.Barzón 25, octubre 2012.

Irse afuera (desde adentro)

Por Amalia Sato

El limonero lánguido suspende /una pálida rama polvorienta/ sobre el encanto de la fuente limpia… (Antonio Machado). 

El espacio de ensueño, del sueño arcádico, el sitio donde entregarse al ilusionado dominio de lo natural. Tópico desde los clásicos, ya en Ovidio, Horacio, Virgilio, Teócrito o Petronio, recreado en el Renacimiento como lugar de confidencias y  encuentros fuera de norma tal cual en Boccaccio. O anexo de espacio rústico donde jugar a las pastoras como hacía María Antonieta. O donde calcular con precisión la dimensión de lo boscoso o lo selvático,  como en los jardines románticos anticipados por Rousseau o Goethe. Hoy, propuesto como la alternativa a la ciudad, el territorio periférico invoca para el placer estas memorias culturales a fin de calificarse cómodo, seguro, perfecto, inscribiéndose en un versus urbano/rural muy siglo XVIII. Pero – ya en Las Metamorfosis Ovidio señalaba que el lugar ameno, propicio para el amor, el disfrute y el gozo, era también aquel donde podían suceder los encuentros más violentos y lo peor y, más aún, que la hora de la siesta era peligrosa – este mismo espacio despierta pesadillas inquietantes al reconocerse efecto de la industrialización, en un versus ciudad/suburbio que  nada tiene de idílico.     

La ficción de una fuga elegida hacia los oasis, iglús, fuentes amnióticas, cuevas, ermitas, chacras, countries, barrios cerrados, reflejada en el lenguaje: me voy afuera, me voy al campo, me voy a la isla, expresiones tan opuestas al: vivo en el Gran Buenos Aires, vivo en provincia, vivo en los alrededores de la ciudad, soy del suburbio. Prado, arroyos, brisa, pájaros y flores, bungallow, cottage, jardín inglés, campiña y (antes) alambrados y tranqueras; hoy: muros, cercas, barreras y controles para el paisajismo esmeralda.  

El deseo de un edén, un paraíso que no puede ser sino perdido, conforma la arista donde la tensión entre la ilusión y la realidad encuentran su punto. La serenidad de un círculo cuidado de disciplinado césped, y el contraste con un entorno ya posindustrial, que marcó para siempre el versus ciudad /periferia. ¿No serán los indeseados yuyitos, las herbes folles (“hierbas locas”), en los intersticios, rebelándose en el paisaje del arrabal que el tango tan bien melancoliza – esa nada de la ciudad donde un margen extraño anticipa el horizonte, ese frente difuso hacia las afueras – un preanuncio de algo siniestro del campo?

¿Y en la ciudad, habrá que renunciar a la posibilidad de que la mirada no se pierda sino que se devuelva fecundada, de que lo mirado nos mire también desde un tópico trasplantado? A las distopías de Ballard o Tim Burton sobre el horror de las periferias, ¿por qué no la utopía de una ciudad babilonizada con rincones greenwashing? Terrazas con cultivos hidropónicos, paredes con plantas tropicales y enredaderas, mariposas y aves exóticas, flamencos en  jardines citadinos, rumor de fuentes y medianeras siempre verdes, retazos de floresta en medio del cemento, y arroyos urbanos a cielo abierto. Algunos urbanistas ya tienen la palabra. 

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  1. Revista Barzón 26, diciembre 2012. Verano

Dignitate otium

Por Amalia Sato

Para los romanos cultivados el otium era el tiempo  dedicado a las actividades preferidas, y para Cicerón  el otium cum dignitate lo más deseado por los hombres felices, honestos y saludables, que dejaban atrás en las ciudades el negotium. Así de clásico.      

Y con eso soñamos también ahora cuando el año se desbarranca. El momento sagrado.  

Obviamente ilusionados con la certidumbre de que el placer en verano puede ser otro que escape al pautado mecanismo de control social sobre lo que se debe o queda bien, y renegando del concepto de playa como escaparate de los obsesionados con la anatomía socializada del cuerpo perfecto, anhelamos estar de pie ante el paisaje puro. Aislados física y espiritualmente ante lo que después del cielo es nuestra medida de lo inmenso: el mar, o la medida de nuestro vértigo: las montañas. Si felizmente paganos, livianos, ligeros, descalzos, sosteniendo una mirada fija y obstinada sobre un horizonte inalcanzable en un recogimiento que nos da la medida de nuestra pequeñez reconocida, filósofos al fin.  Si románticos, interrogando y contemplando con nostalgia el “inútil paisaje” según el oxímoron de Tom Jobim, definitivamente conscientes de nuestra escisión, como el monje de Friedrich en esa playa inhabitable.

Y, antes de que todo pase, ya sentimos el efecto melancolizante de ese período maravilloso, pues sabemos – glosando con audacia pero sin irreverencia un fragmento de la Etica de Spinoza – que aquel que recuerda algo con lo que se deleitó, desea poseerlo en las mismas circunstancias … y al imaginar la falta se entristece; esa tristeza referida a la ausencia de lo que amamos se llama desiderium … (o como traduce espléndidamente Marilena Chauí, estudiosa brasileña del autor), saudade.   

Y volviendo a los romanos, cuya civilización hizo el ciclo completo de placeres y dolores, el escenario más perfecto lo encontraron en el golfo de Nápoles, el Mediterráneo y la luz que bañaba sus villas residenciales. Luz única, capturada en dos films inolvidables.  La escalera al infinito de la casa roja, la villa Malatesta, a 32 metros sobre el mar, y Brigitte saludando a Piccoli con saco de hilo claro y sombrero, desde la terraza vertiginosa, con el golfo de Salerno y las rocas de los Faraglioni de fondo; o la Huppert sentada en una silla al borde de un barranco de la isla de Ischia con la mirada clavada en el mar; los personajes abrumados de Godard y Guignard, en el centro del verano. 

La estación de las mayores ilusiones y la luz más implacable.  

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4. Revista Barzón 27, abril 2013. Otoño

Equinoccio: cornucopias, perifolios y chirivías

Por Amalia Sato

Es culpa del siglo XVIII esta consideración con notas decadentes que ve, en las mutaciones otoñales, no suntuosas alfombras de oro sino ramas peladas y grises. Un gusto aristocrático ciego a la lujosa escala cromática, estallada en la floración de los pensamientos, las caléndulas, los ciclamen, las nemesias.

Otoño. Paleta engamadísima: beige, bronce, siena tostada, avellana, chocolate, café, cobre, arena del desierto, caqui, león, mahogany, arena, sepia, tawny, trigo, caramelo, hojas de arce, tierra. 

Fue el ornitólogo norteamericano Robert Ridgway (1859-1929) quien, gracias a su dedicación full time al estudio de las aves como curator de la sección en el Museo Nacional, bautizó muchos tonos de marrón a partir de la clasificación de plumajes. Nomeclatura de los colores para naturalistas, su obra maestra, es el muestrario que organiza el prodigioso mimetismo al que recurrieron para sobrevivir las 10.000 especies de aves, que prueban que los dinosaurios no se han extinguido.

Marzo. Y comienzo del año activo. En el escolar, tal vez alguna maestra todavía escriba en una lámina para decorar la sala algunos de los poemas alusivos de Federico García Lorca: Tan Tan/ ¿Quién es?/El otoño otra vez, o La tarde equivocada/ se vistió de frío./ Detrás de los cristales turbios,/ todos los niños, /ven convertirse en pájaros /un árbol amarillo. 

La melancolía como estado de ánimo inculcado: el calco del Simulcop con su árbol calvo y la hoja tristona arrancada por el viento.

21 de marzo, equinoccio, vale decir día igual a la noche. En el mundo celta, fin de las cosechas y momento del agradecimiento por lo recibido y por la espera del nuevo ciclo. También ahora: organización y planificación del año, proliferación de agendas y calendarios. Espacio de tránsito entre el adentro y el afuera, época de galería y porche, entre la intemperie y el hogar.

A diferencia de la mala prensa austral que convoca sombras, en la concepción de la gente llana y vital del hemisferio norte, el otoño es el tiempo de abundancia, alegría del acopio, preparación de las conservas y secado de las frutas, emblematizado en las cornucopias colmadas de frutos. En el inglés antiguo era directamente harvest (cosecha), el momento de la caída de los frutos al suelo: época de la vendimia, cosecha de trigo y pilas de leña, fiesta. 

Un optimismo que Albert Camus también captura: El otoño es una segunda primavera en la que cada hoja es una flor

Uvas, piñas, naranjas, membrillos, granadas, caquis. Satisfacción por las reservas almacenadas que la celebración del pimiento en Espelette, la Francia Vasca, o el festival de la nuez y la castaña en Grecia, o el de la aceituna en Mallorca, o de los higos y las almendras, ponderan. Al igual que en los festejos por la manzana entre los ingleses, o la Festa della Zucca en el corazón de la Toscana, con muñecas hechas con calabacín, o el Festival de la miel en Provenza aromatizada con lavanda, pino, castaño y romero, aunque el más memorioso y delicado es el Festival de las Hortalizas olvidadas, cerca de Rouen, donde las estrellas son las chirivías y los perifolios.

Mientras, para los goumets, es el tiempo de los hongos, el momento de lucimiento de los etnomicólogos con su saber y sus advertencias, y la temporada de caza de las setas – que como el hurón y las liebres, tienen oídos muy aguzados. ¿Qué tal un carpaccio de setas confitadas con endivias o canelones de puerro con couscous de coliflor, como propone el chef de la química y la experimentación? 

Entretanto, en el mundo goloso, el paladeo del marron glacé, bocado preferido de Marguerite Gautier, mejor conocida por otra de sus debilidades como La dama de las camelias; también manjar entre las señoras florentinas y venecianas del Renacimiento, como antes los higos conservados en miel en la Antigua Grecia.

Otoño: ¿etimología cierta esa que lo refiere al dios egipcio Atum – símbolo del Sol que se oculta en la Tierra?, o ¿más certera aquella que lo latiniza en el auctus annus (del verbo augeo: aumentar), vale decir,plenitud del año?

La Cleopatra de Shakespeare lo sabe y así llora a Antonio: Su generosidad no conocía inviernos porque era un otoño que sazona creciendo.

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5. Barzón 28, junio 2013.Invierno

Refugios y artificios 

Por Amalia Sato 

Vocación trashumante, estacional. Una es la casa que se habita, la otra el refugio – aunque para David Thoreau toda casa debería serlo – : quinta, cottage, atelier, studio, casa de té, bunker, casa weekend, casa de campo, pequeñas prefabricadas o módulos, la casita en el árbol, el escondrijo para esperar el fin del mundo. En fin, el idilio extramuros fuera del núcleo urbano. En este “otro” espacio el tiempo es el anhelado: eterna primavera o luz de sol paradisíaca o paisaje nevado, lo que sea pero siempre en el encuadre perfecto, la naturaleza en un esplendor que se disfruta como una bendición. 

Y hubo una precursora absoluta, valga la ironía, en la concreción de este deseo de una inmersión en la naturaleza que acaso también sea revisión de la idea de lujo alienante. Y esta figura llena de anticipadas intuiciones que ahora aceptamos con total naturalidad, esta protagonista trágica de opulenta fantasía no es otra que Maria Antonieta, la última reina del Ancien Régime. Obsesionada con lo que sugería una pintura de Hubert Robert – especialista en cuadros de ruinas invadidas por la vegetación y conceptualizador de los “jardines arruinados a la moda”- y con el antecedente de la aldea que habían construido los Principes de Condé en Chantilly  en el predio de su castillo; por otra parte autorizada en su curiosidad por las nuevas tendencias propuestas por Rousseau, los iluministas y los fisiócratas, y su propia anglomanía, la Reina encargó al arquitecto Richard Mique la construcción de una pequeña aldea de cuento de hadas dentro de los jardines del Petit Trianon que su esposo, Luis XVI, le había obsequiado a kilómetro y medio del palacio de  Versailles. Y en dos años se levantó el Hameau de la Reine: doce casitas de estilo normado de techos de paja y pizarra, con balcones y escaleras de madera con anticipos gaudianos en sus efectos de enramados, con plantas trepadoras y macetas en azul y blanco, huertos, jardines, un lago artificial con carpas y lucios, una Torre de nombre inglés, un palomar, un puente de piedra, establo, tambo, cocina y molino. Allí la soberana veía cumplido su sueño de un entorno natural sin la rigidez de los parterres o los invernaderos versallescos, una sucesión estilo inglés de paisajes más salvajes y descuidados. Nada de miriñaques ni de altos peinados pouf con sus armazones incomensurables, y sí sombreros de paja y vestidos de percal y muselina, para oficiar de campesina o lechera junto a su íntimo círculo de amigas. Además de la Aldea, María Antonieta sugirió que le construyeran una Roca, dotada de un mecanismo que hacía caer un torrente, una Cueva (con un orificio para espiar a quienes llegaban y una escalera secreta para huir de los inoportunos), así como un Templete del Amor, y un Teatro. 

Deseo de evasión, hartazgo del protocolo, idealización de un entorno rural, aspiración pedagógica de una nueva y más fresca vida, tales los motivos para esa existencia paralela teatralizada en ese entorno de inconcebible actualidad. Tan afín a las propuestas actuales de escapadas de ensueño hacia lo pintoresco. 

“Quien haya nacido después del Ancien Régime, no sabe lo que es la dulzura de vivir”… dicen que decía el sinuoso Talleyrand. Fuente de los modales y las tradiciones de etiqueta y cortesía de nuestro mundo, también el siglo XVIII testigo de esta fantasiosa pastoral edilicia, cuyo autor pagó con su vida la lealtad a los caprichos de la exquisita e infortunada soberana.   

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6. Barzón 29, mayo 2013

Apuntes iniciales para una nota sobre coleccionistas fin de siglo 

Por Amalia Sato

En 1856 Félix Bracquemond encontró en el taller de su impresor copias de grabados de Hokusai, utilizadas como material de enbalaje para un pedido de porcelanas. Las láminas que en Japón se despreciaban ante el avance de la occidentalización empezaron a ser atesoradas por los artistas europeos, a quienes estas imágenes de un mundo flotante que iba desapareciendo en las lejanas islas abría un campo de posibilidades conceptuales inéditas.  

Vincent van Gogh le escribía a su hermanoThéo: Mi atelier es ahora bastante soportable, sobre todo desde que pinché en las paredes toda mi colección de grabados japoneses, que me gustan tanto

Claude Monet descubrió en Holanda las estampas japonesas y dedicó gran parte de sus últimos treinta años de vida a estudiarlas y las más de doscientas que llegó a comprar acompañaron el desarrollo de su casa/jardín en Giverny, esa  paleta viva de colores estacionales que también nutría con las plantas y flores exóticas que eran motivo en los admirados grabados y que se hacía traer expresamente. 

Klimt, Toulousse Lautrec, los hermanos Goncourt…las casas de antigüedades, los marchands. Biombos, lacas, porcelanas, grabados, marfiles…    

En otro fin de siglo muy diferente, desde 1990 la afición japoniste también hace furor pero desde el Toy Movement. Los urban vinyl toys en ediciones limitadas pero precios accesibles son la pasión de una comunidad de coleccionistas que manejan otros valores entre arte y comercio, y que no se intimidan ante las distancias entre alto y bajo arte. 

Algunos de ellos, optimistas, apuestan a la cotización de ciertas piezas y las conservan en sus cajas originales, como antes los bibliófilos a los libros intonsos; si bien por otra parte, algunas figuras pueden customizarse, intervenirse, personalizarse. Hasta en el más minúsculo departamento cápsula de Tokio, o rabbit hutch como deslucidamente los nombran, el rincón para los muñecos urban plastic, de un material tan precioso como antes la laca,  es un altar estético preservado. 

Y allí avanzan nuevas legiones de coleccionistas rigurosamente categorizadas, por citar algunos neologismos: a alguien con aficiones obsesivas sobre cualquier tema o campo se le reconoce como un otaku (en su origen un pronombre honorífico), si lo enloquece la tecnología es un geek, e incluso el diccionario de la Real Academia Española admite el vocablo friki para caracterizar a toda persona que practica desmesurada y obsesivamente una afición. Toda una nueva semántica para seres que valoran un mundo infantil, socialmente desmañados, con modales más suaves, autorizados en sus gustos no por lo exclusivo sino por lo que circula y satura. En fin, triunfo del mundo pop.        

En el Museo de Arte de Aomori, el Lonesome Puppy de Yoshitomo Nara, el cachorro gigantesco y blanco al que dan ganas de treparse, como en el cuento que dio lugar a la escultura, ícono de un mundo sentimental – que también tuvo su versión peluche con diez patas o la plástica como  taza musical giratoria disponible en los anaqueles de internet – es una prueba de lo complejo, polimorfo, dúctil y mutante que puede ser este universo surgido de la historieta manga.  Otra vez la ilustración horadando conceptos, a partir de una autorización que no viene de museos, o marchands o de adinerados compradores, un permiso para un nuevo universo de objetos codiciados  que se extiende como una blanda mancha de aceite de emociones deseantes. 

Coup de foudre y connaissance, digamos flechazo y saber, como siempre en este terreno. La caza del objeto. Plástico por laca, amuletos por netsuke, stickers y pins por grabados. Ahora, en otro fin de siglo comprender el arte de ser superficiales. El elogio de la futilidad de una cultura consumista  que se desliza sobre superficies sin fin.   

7. BARZÓN 30, OCTUBRE 2013

Edén: propuestas para primavera

Por Amalia Sato 

Ordenar la naturaleza para convertirla en un jardín. Con la mayor batería de artificios lograr efectos sobre la inestable material vegetal. ¿Jardín como micropaisaje,  con su topografía a pequeña escala? Templetes, pérgolas, parterres, estanques, grutas, ruinas, puentes, cercos, rocas, senderos. ¿La escenografía que juega a la geometría de los tapices o las alfombras, o la que aspira a la engañosa naturalidad, para el vagabundeo poético o el encuentro bajo la luz exacta en el entorno calculado para el diálogo inolvidable? ¿Jardín con sus focos oscuros de matorrales y sombras que convocan al lado demoníaco del universo boscoso? En todo caso, la mitología consiente también este aspecto siniestro: la ninfa Clovis perseguida por el dios del viento, termina metamorfoseada en Flora, a quien Céfiro este amante ardiente y violento premia con un jardín donde reine la primavera eterna, o la joven Proserpina raptada por Hades y alejada de su madre Démeter. 

Si el terreno es enorme y ostentación de aristócratas o acaudalados, no importa tanto el entorno, pues el jardín o parque alcanza dimensiones de paisaje, pero cuando está acotado, qué interesante el recurso de la escenografía prestada, borrowed scenery o shakkei en japonés: los elementos del exterior que pueden ser tanto la copa de un árbol o un templo o un palacio a lo lejos, por qué no una montaña, o nubes o estrellas, formando parte como fondo, más allá de los límites del encierro perfecto.           

Sabido es que los diseñadores de jardines y parques son personajes apasionantes:  sólo por citar a algunos,  el máximo creador de esa maravilla que ya no puede leerse sino como campiña sin historia, el jardín inglés, anticipo estético de las futuras aspiraciones libertarias versus el absolutismo del jardín versallesco, se apodó Capability Brown (1716-1783)  pues decía que “sus jardines tenían notables capacidades”; el inmenso Carlos Thays creador de la sombra de Buenos Aires, “al acecho de todos los rincones en que fuera posible tender verdores y sembrar corolas entre árboles propicios”, que honró los árboles nativos en proyectos del urbanismo más elegante ;  Roberto Burle Marx, el gran paisajista nacido en Recife descubrió la belleza de la flora tropical en el Jardín Botánico de Berlín y a partir de entonces enalteció las especies nativas en sus obras, que son íconos de la modernidad brasileña; el contemporáneo Gilles Clément (1943) que propone jardines en movimiento y la planetización del concepto jardín, es decir, la construcción de un Edén global,  como lugar de acumulación de lo mejor: frutas, flores, árboles, arte de vivir, pensamientos diversos propios del (no en vano es francés)  Tercer Estado – cuyos proyectos revolucionarios desde 1789 siguen sin cumplirse en su plenitud.     

Y si recordamos que Edén, palabra hebrea de origen acadio, en realidad significa placer, este sería el ritual a generalizar:  a fines de marzo y abril en Japón los cerezos florecidos  son el centro de una orgía soft,  la ceremonia hanami – literalmente observación floral -; observarlos y dejarse envolver por su aroma, su sombra, la leve caída de los pétalos, festejando con picnics bajo sus copas o caminando con los ojos en alto, entregados a la inmersión en un mundo rosa, blanco, leve, efímero, en los parques públicos y en comunión maravillada con los otros, nada más perfecto para reverenciar a las ninfas de la primavera .           

8. Barzón 31, diciembre 2013. 

Ceremoniales del verano

Por Amalia Sato

El solsticio, inicio del verano, en nuestro hemisferio sur tendrá lugar el 21 de diciembre a las 17.33 y ningún festejo en especial se prevé para la fecha, en cambio en el Hemisferio Norte se lo celebra con fiestas de fuego, rebautizadas la Noche de San Juan por el Cristianismo, de modo que los 21 de junio allí son días notables. Desde hace cinco mil años en muchas culturas el encuentro alrededor de las llamas para saltar y bailar y purificarse, la quema de muñecos para que se lleven todo lo malo y los ritos de fertilidad, simbolizan el poder del Sol y son la  expresión de un deseo de colaboración humana para que el astro renueve su energía en ese día, considerado una “puerta” a grandes cambios en los antiguos mitos griegos. 

¿Será que la exaltación del esplendor solar continúa, podríamos decir,  en el culto a albercas o piscinas? En ese caso  el afiche perfecto podría ser A Bigger Splash de David Hockney (1967), pintura que con su trampolín, el azul eléctrico del agua sacudida y la implacable luz californiana sin sombras y su protagonista invisible es un ícono del ocio acuático privado. “Me llevó dos semanas pintar un evento que dura dos segundos” dijo su autor, con una frase breve como ese haiku que convoca a la rana innombrada que se lanza a un viejo estanque en el poema del poeta japonés Bashoo. 

Sin duda, lo del estío como momento de la abundancia cosechada, se revela en que sea tiempo de gazpacho, vichyssoise y sangrías y, como anuncian los folletos turísticos, estación de los festivales de la vendimia, el lino, el lúpulo, el sol, el salmón, la Pachamama, la fruta fina, la cereza o el curanto. Este último plato, propio de la culinaria mapuche, un manjar que emerge de la tierra humeante, preparado en un hoyo cubierto de piedras calientes, resume bien este esplendor. Pero la fruta reina de la saison es claro la sandía, o paitilla, o aguamelón, fruto desmesurado y feliz; por su rojo y verde tan mexicanos, Rufino Tamayo y Frida Kahlo la homenajearon y Frida la tomó como protagonista de su último cuadro de 1954, con la leyenda Qué bonita es la vida cuando nos da sus riquezas. También otro artista pero del movimiento boquense, Luis José Pisano, en cuya memoria quedaron grabadas las playas de su Ischia natal con voluptuosas sandías partidas al sol, reverenció con tal pasión el tema que mereció ser llamado pintor de sandías. 

En fin, ¿será que si buscamos la asociación de verano y fuego, hasta en las noches de fiesta estivales, con su mobiliario lounge de puf, sillones blancos y mesitas para la acción relajada e indolente, iluminada por velones aromáticos, o en los bares que con sus estanterías iluminadas convierten a las botellas en gemas coloridas como llamas en composé con la musicalización chill out, o en las juveniles guitarreadas en la playa alrededor de ramas crepitantes iluminando rostros bronceados, quizá haya un resto de los ceremoniales que buscan la purificación en la llama, en honor del sol en su cenit?