Prólogo a Cerezos en tinieblas, Ed Kaicron

Higuchi Ichiyo (1872-1896): narradora del Japón moderno

Higuchi Ichiyo (1872-1896) es una de las figuras más entrañables de la literatura japonesa. En su retrato más conocido aparece con un kimono rayado, el cabello recogido, su cara seria, afilada, eternamente joven. Su vida resume las penurias de una familia descendiente de samurai a lo largo de veinte años de cambios radicales. Reflejo del vértigo y quiebre que fueron el costo de la modernización a toda marcha del Japón de la era Meiji (1868-1912), en su intento por absorber todas las innovaciones que lo equipararan a Occidente. El padre empleado municipal, inexperto en los negocios y de mala salud; la madre con mentalidad rígida que le aconseja no tener una instrucción demasiado elevada a pesar de su inteligencia; un hermano mayor que muere prematuramente tuberculoso; un prometido, Shibuya Saburo, que la abandona cuando las finanzas se desplomaron. Y si para muchos, la era Meiji representa la adolescencia intelectual de Japón, sin duda que Higuchi es la adolescente intelectual que al dar voz y dimensión literaria a los conflictos, sobre todo de las mujeres, fue una pionera del movimiento de liberación femenina. 

La educación de Higuchi se refinó con las clases que tomó en la academia particular de poesía “Haginoya”, dirigida por la poeta Nakajima Utako (1844-1903); allí sus compañeras eran jovencitas de clase alta, a quienes la orgullosa Higuchi deslumbraba con su talento, sumado a un enorme orgullo y deseos de destacarse. En 1890 empieza a mostrar sus escritos, y se convierte en discípula de Nakarai Tosui (1861-1926), popular narrador que publicaba por entregas en el diario Tokio Asahi, y también don Juan irremediable; bajo su tutela publica Cerezos en tinieblas (Yamizakura) en el primer número de la revista Musashino en 1892. Pero el vínculo con su protector, de quien estaba profundamente enamorada, se rompe y quedarán registradas en el diario personal de la autora sus penas. A pesar de verse editada en las mejores revistas literarias de la época, como eso no le reporta dinero, por un tiempo Higuchi abandona la escritura. En 1893 debe mudarse con su madre y su hermana a Ryusenji, un barrio cercano al distrito de placer de Yoshiwara, Allí trabajando como costureras entraron en contacto con el universo de geishas y artistas, y la estadía de diez meses le dará una visión de primera mano sobre el mundo galante, que plasmará en relatos como Dejando la infancia atrás (Takekurabe) o Aguas cenagosas (Nigorie). Al año siguiente se instalan en Hongo y Higuchi empieza a dar clases en la academia Haginoya donde se había formado.    

El mundo que refleja, con sus protagonistas forzadas a elecciones por conveniencia social, o intimidadas para expresar su afecto, en un medio dominado por el dinero, es tenebroso (nubatama no yami). Fue en esos años de 1890, cuando los deseos de mayor libertad y las esperanzas de cambio chocaron con un Estado que se militarizaba, que imponía preceptos confucianos y emprendía una guerra contra China, y todo eso oprimía la condición del pueblo y especialmente de las mujeres. La posibilidad de una amistad pura pero transitoria, la soledad de la mujer, sobre todo el registro del paso de la infancia a la breve adolescencia y el fin de los sueños, son los temas que Higuchi registra de ese proceso, conveniente para las élites, injusto con el pueblo, y uno de cuyos símbolos contradictorios es el rickshaw – el hombre que tira de un carrito llevando a un pasajero -.            

Un capítulo aparte merecen las supersticiones y costumbres, datos esenciales para comprender la conducta de un mundo que oficialmente había ingresado a una nueva era, pero que en su cotidianeidad seguía siendo conflictivamente feudal. Así: susurrar el nombre del hombre deseado y golpear la celosía para que aparezca; creer que aun el roce de dos mangas está predestinado, tal como reza el refrán;  sospechar de las personas con cara de tejón; elegir nombres de heroínas literarias aspirando a una existencia novelesca; exhibir en las casas de geisha la ropa de cama nueva para atraer la buena fortuna; guardar en bolsitas de brocado un papelito con el nombre de un niño querido como amuleto; considerar como el colmo de la elegancia el peinado estilo Shimada (actualmente reservado para novias y geishas) con su perfecta curva laqueada, o el lustre del algodón de las telas con rayas verticales.

Y si resulta casi una advertencia inútil expresar la dificultad de la traducción, en el caso de Higuchi, cuyo estilo incorpora magistralmente toda la retórica poética de las antologías imperiales, y del siglo X – la época de Sei Shonagon y Murasaki -, así como la gracia de la narrativa gesaku del siglo XVII, la insistencia es casi un ruego de comprensión. Sepa el lector que en cada párrafo, de frases hiperbólicas y barrocas, van labradas: asociaciones de palabras (engo), palabras pivote que pueden partirse hacia delante o atrás en dos lecturas posibles (kakekotoba), epítetos (makurakotoba), metáforas consagradas por siglos, elipsis y sobreentendidos; y todo, en combinatoria con códigos y sobreentendidos. La saga de Genji, los poemas de las antologías Kokinshu, Shinkokinshu y Gosenshu, la narrativa de Saikaku, son el material que la joven Higuchi conocía al dedillo. La mutabilidad de los lazos humanos expresada en un lenguaje vago y alusivo, con extensos pasajes descriptivos, oraciones abiertas, monólogos interiores, diálogos directos e indirectos. La ajustada observación estructurada en fuentes japonesas y no foráneas, como era el caso de muchos de sus colegas varones que cerraban filas en la vanguardia del mundo literario de ese tiempo. Sus relatos se inspiran en los nakibon o libros para llorar de la anterior era Edo, pero con la figura y el concepto de adolescente, rasgo moderno, como eje, casi metáfora del rito de pasaje que estaba sufriendo el propio Japón con su copia de modelos europeos.

Pero a pesar de tanto sufrimiento, hubo también momentos luminosos en la vida de Higuchi y durante los dos últimos años de su vida se convirtió en la consentida del Bundan (el mundo literario) y hasta conoció las intrigas que tramaban sus miembros, su casa era visitada por los escritores jóvenes más interesantes, una corte de admiradores y admiradoras la obsequiaban con pinceles, papeles, golosinas, cartas, y la proclamaban la nueva Murasaki o la Saikaku mujer, a veces con una adulación que la indignaba porque se sentía tratada como un fenómeno. Escritores consagrados como Mori Ogai, líder indiscutido del mundo literario encomiaba Takekurabe, presentando el relato como una lección para los naturalistas, y también Koda Rohan, otro consagrado hablaba del mismo calificándolo de logro milagroso.

Todo muy vertiginoso como presagio de una muerte prematura, acosada por penurias económicas y exceso de trabajo. La misma enfermedad que había acabado con su hermano y su padre, y que se llevaría catorce meses después de ella, a su madre, la dolencia más extendida en la era de la civilización y la industrialización se hizo presente, y la extraordinaria escritora muere tuberculosa a los 24 años. Y ya era ella una leyenda de la literatura.    

CONTRATAPA

Una heroína de Japón moderno. Higuchi Ichiyo (1872-1896), la primera escritora de la  modernidad, da voz a las mujeres de su tiempo en relatos que se reverencian como clásicos. En la década de 1970, todas las mañanas en un programa radial se leían fragmentos de su diario, titulado “A la sombra de las hojas de primavera”. Sus historias fueron llevadas al cine o adaptadas para la televisión. La producción de sus fulgurantes 24 años de vida abarca cuatro mil poemas, ensayos, veintiún relatos y los sesenta cuadernos de su diario.