Tupi or not tupi, that is the question.

(Oswald de Andrade, Manifesto Antropófago, 1928)

Por Amalia Sato 

Rio y Sao Paulo, ciudades de una civilización en los trópicos, rivales en un folclore que dibuja cariocas ociosos y paulistas workaholic. Una dicotomía y una oposición que marcan dos tensiones fundantes

Una, la ciudad incrustada dentro de un paisaje que debería haberse declarado Parque Nacional inviolable. Lo prueban las voces en coro políglota – los privilegiados de las ventanillas de todos los vuelos que arriban – con todas las exclamaciones de gozo ante la sorpresa de un paisaje avasallante: los morros verdes, el mar y la ciudad subiendo o serpenteando donde antes hubo pantanos y pura floresta, la visión de la bahía más bella del mundo, Guanabara y sus cien islas en accidentada y feérica geografía. Ante Buffon, Montesquieu, Hegel, que desconfiaban de la exuberancia de un continente que superaba sus teorías, el triunfo del reverencial amor por la América tropical y el Caribe de Humboldt, expresado a su manera por todos los contingentes de viajeros. 

La otra, materialización cosmopolita y extensa de una palabra todavía incumplida: moderno. La ciudad que Milton Santos, el filósofo de la geografía, definía como “metrópolis corporativa fragmentada”. Su mestizaje cultural formidable. La gran ciudad capitalista, ¿síntesis final hegeliana en la que prevalece el espíritu racional? ¿Hoy el triunfo del positivismo revisitado en el lema Ordem e Progresso? El imperio del automóvil, la verticalización y la funcionalidad viaria, amparados en el paradigma lecorbusiano, con sus edificios grafitados de arriba a abajo por misteriosos hombres arañas,  calígrafos trapecistas en altura o bordadores de encajes. Los graffitis sin duda son hoy por hoy la marca visual de Sao Paulo, lianas de una selva de escritura.  

Y en medio de las magnalia Naturae de morros, sierras, floresta, mar, en la complejidad de una trama urbana, en el interior de sus casas, “alimento accesorio al gran mobiliario que significa la Naturaleza” – al decir de D`Annunzio – estas figuras. Cada una en medio de sus objetos, en sus espacios cuidados, en estas casas como museos del alma, archivo de experiencias, ofrecida lectura de una historia, narcisística conciencia de sí. His living room is a box in the theater of the world, decía Walter Benjamin, en la consumación de un culto del interior. Y el sensible Mario Praz que sentenciaba con un he doesn´t care about houses la prueba de una falta esencial de sentido ético. 

Ya Johann Baptist von Spix y Carl Friedrich von Martins, de la Real Academia de Ciencias de Munich, entre las notas de su viaje de exploración entre 1817 y 1820, apuntaron: “En el gozo de tales noches, encantadoras y pacíficas, recuerda el europeo recién llegado, con saudade, su patria, hasta que la rica naturaleza tropical se va convirtiendo para él en una segunda patria.”

Rio es sin duda eso, la patria deseada, y por arrimar una frase de esas que no se olvidan, lanzadas en medio de una conversación casual, y que bien puede acompañar esta obnubilación ante la exuberancia, vaya esta: la advertencia de la guía en el Jardín Botánico de Rio a la entrada de la avenida de palmeras imperiales sobre un silbido vegetal en el aire que es anuncio de que una hoja enorme viene cayendo y hay que apartarse. 

Hoy, gentil invitación a conocer a privilegiados cariocas en sus casas, redundante aclaración quizá si se recuerda que la etimología del gentilicio es tupi y bien ilustra el culto por lo acogedor, pues incluye en su composición dos palabras, el pez acari escondido en su oca (casa). Primer barrio en el recorrido, Copacabana, una ciudad dentro de la ciudad, que pudo conectarse al centro recién mediante los túneles perforados en los morros. Y allí, tal vez el colmo de esa fascinación por un mundo puertas adentro la represente Rafael Moraes, que compró con todo su contenido el departamento de Jorge Amado, a la vera del fabuloso hotel Copacabana Palace. Ocupa este espacio donde la presencia fantasma del escritor acrecienta sus obsesiones de coleccionista y anticuario, morar que le ahorra el desesperado lamento que sacudió a Théophile Gautier cuando se enteró de que habían vendido el mobiliario de Victor Hugo. 

Cerca también el historiador Julio Bandeira custodia una casa, heredada de su abuela, pobladísima de objetos, pinturas, fotos, grabados, esculturas, tallas de madera, libros, cosas que fue adquiriendo a lo largo de los años o que recibió de sus amigos artistas, cuadrándole el lema tel le logis, tel le maitre

Segunda estancia, el barrio de Santa Teresa, ¿el Montmartre carioca?, callecitas empinadas, el Museo Parque das Ruínas, el Castro Alves, y el delicioso bondinho amarillo – el tranvía que une con el centro pasando sobre el acueducto de los Arcos, y se cuela otra frase, el reto aleccionador inolvidable de su conductor al garoto que viaja sin pagar boleto aferrado a las barras y flameando, y que se cae: se vai viajar de carona, segura bem meu filho! Allí, la bella Olivia, en conjunción perfecta de un entorno colonial con su privilegiada visión de 360 grados sobre Rio, y la compañía litográfica de su mascota, la mona Sofía – que le da cierto aire de aristocracia bohemia – sostiene la praxis de un modernismo a ultranza al comando del atelier de su esposo Ricardo Fasanello, fallecido en 1993, diseñador estrella, creador entre tantos otros objetos del sillón Fardos, con sus cilindros cinchados y opulentos. 

En el mismo barrio, vive el artista Z mog, con su mujer Rita, produciendo pequeñas piezas escultóricas mediante la reinvención de materiales rescatados. 

Tercer barrio en este flanear delicioso, Ipanema, allí instalado en casa amiga, Cézar Mendes, músico y compositor bahiano, disfruta del departamento de Caetano, donde para cada vez que llega a Rio. 

Y en pleno centro, con su planta colonial de calles estrechas y cortadas, con tiendas donde se venden gallinitas de guinea y pasan raudos jeeps insolentes con turistas de safari, Rui Campos, dueño de la red de librerías da Travessa, el creador de la red de librerías da Travessa, en su de la Travessa do Ouvidor, que en los años sesenta fuera Muro, un lugar de esistencia a la dictadura militar y una buena culminación para este recorrido de espacios significantes. 

Sao Paulo y la deliciosa sugerencia del Imagina! con que los paulistas responden a un agradecimiento. Ciudad que en los márgenes, con la Serra da Cantareira y sus senderos de helechos gigantes que se cierran como una bóveda esmeralda, tiene también cercanas visiones del paraíso, imágenes de ese Edén que proyectaron desde siempre sobre América.

Sao Paulo es donde surge en la década del veinte el movimiento modernista, cantado por Blaise Cendrars en su poema “Saint Paul”, publicado en el catálogo de la exposición de 1926 en París, de la enorme Tarsila do Amaral, tan hermosa con su cabello lacio tirante y recogido, y engominado y con los pendientes que la enmarcan. El eco efervescente de la ciudad en Blaise: Adoro esta ciudad./ Sao Paulo de mi corazón /Aquí, ninguna tradición,/ ningún prejuicio antiguo o moderno./ Solo vale este apetito furioso, esta confianza absoluta, este optimismo, esta audacia, este trabajo, esta labor, esta especulación que construyen diez casas por hora, de todos los estilos ridículos, grotescos, bellos, grandes, pequeños, norte sur, egipcio, yanqui, cubista, sin otra preocupación que la de seguir las estadísticas, prever el futuro, el confort, la utilidad, la plusvalía y atraer mucha inmigración /Todos los países / todos los pueblos./Me gusta esto. Y en la trama de la megaciudad, sobrevolada por helicópteros y sedienta de green washing, más maisons d´artistes, más personajes en pose escultórica. 

La magnética Christine Yufon nacida en Pequín, en su casa-atelier de Higienópolis, con su taller de joyas y sus historias infinitas. A propósito, ¿no fue en la Rua Albuquerque Lins en Higienópolis donde vivió la gran Tarsila?  

O Marcelo Sommer, el enfant terrible de la moda brasileña, en su casa, que él mismo construyó, recreando una estética de chalet alpino por dentro y rectángulo racionalista por fuera, repleta de objetos adquiridos en mercados de pulgas o que son restos de escenografías de sus shows. 

Y también en la antigua capital del café, que desde 1929 con la llegada de Le Corbusier tomó la modernidad como tema obligatorio, trabaja Tissy Brauer, productora de interiores de Vogue Casa, en la convicción de que el futuro debe construirse ex novo, con audacia e idealismo. No en vano fue en Sampa donde los poetas concretos hicieron escuela en el magno diseño de una poesía verbivocovisual , o Tomie Ohtake sembró de esculturas dignas de un urbanismo por venir el espacio público.

Lévi Strauss – para quien Brasil significó un periplo al otro lado del espejo, una experiencia capital que recuerda en dos libros de su más alta vejez, Saudades do Brasil y Saudades de Sao Paulo decía en Tristes Trópicos que las ciudades del Nuevo Mundo eran “cuadriláteros arbitrariamente ahuecados en el corazón del bosque”. Qué imagen para pensar la honda inmensidad de Rio de Janeiro y Sao Paulo, con estos espléndidos interiores engarzados en sus corazones.  

Texto publicado ,en la revista Barzón 20, octubre 2011, Buenos Aires.

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