Autopistas de la palabra 2014. / Para Lili Heer

De algunos subrayados y resaltes en Ema la cautiva, Trenzas y La mamacoca, en 1000 palabras  

Por Amalia Sato

¿Cuáles son los pies para empezar a trenzar con libertad que cautive, Trenzas de Susana Szwarc, La mamacoca de Libertad Demitrópulos y Ema la Cautiva de César Aira?  Horizontalidad de leer y rumiar. Lo que sigue son solo puntuaciones. 

¿Qué de Ema la cautiva de Aira?. El juego que contrabandea cierta frontera entre contratapa y solapa en la primera edición de 1981 de  Editorial de Belgrano. ¿Qué se bisagra en lo que esta editorial inicia con la colección Narradores argentinos contemporáneos?  Si el desierto – o la pampa en su acepción más fecunda y posterior –  es un lugar idílico, lleno de peripecias y situaciones proliferantes, puntuado por reflexiones sensibles como lo aclara el propio autor,  es por su creación de un nuevo género la historiola – una “gótica simplificada” cuyo mecanismo le ha sido provisto por su oficio de traductor. La probidad de una redacción impecable al amparo de cierto delirio calculado suma el posado gesto dandy de una pasión por la indiferencia. Para algunas tesinas el libro es un aporte a la historia de la vida en las pampas o una revelación sobre cuestiones de género, consintiendo el juego al que la solapa da pie: “hasta la fecha, la Editorial concentró sus esfuerzos en publicar ensayos de interpretación de la realidad nacional…. Sentimos crecer una carencia: el testimonio sensible, artístico y directo que sólo puede brincar la fantasía creadora”. Significativo es que esta suerte de utopía se prive del dato más delirante de la propia historia: la zanja de Alsina, cuya presencia en página 9 se insinúa como  “el único accidente eran unas profundas cañadas excavadas en el suelo quién sabe en qué antiguas perturbaciones geológicas”. Los más de 300 km cavados a pala y pico de esta suerte de réplica inversa de una muralla china que todavía hoy son una cicatriz en el campo quedan así naturalizados en la historiola. 

En La mamacoca de Libertad Demitropulos, el prólogo de Nora Domínguez pesa, enmarcando no a contrapelo sino en el sentido lustroso de las teorías y el gesto político. En página 131, una notable definición de la autora: “aquí todos saben qué significa la frontera: purgación, estado de crisálida, el intervalo que separa del absoluto, la fulguración. Quien se atreve a cruzarla, a desafiarla, desprecia el paraíso. Tenemos una ansia amorosa por el infierno, tenemos el gusto por el sabor. Para nosotros las fronteras existen y el infierno no está solamente del otro lado. Es necesario cruzarlas, morir y transfigurarse para recobrar la lucidez, la embriaguez de lo múltiple”. Sobre esta novela dijeron:  La búsqueda de un tono poético de una recreación de la lengua (Shua), hay huesos en la entraña de la letra (Heer), hay decires que me quedaron en el oído (Libertad D),  hay una cartografia de no viajera, la Mesopotamia en rio de congojas, el sur en un piano en bahía desolación, el noroeste en flor de hierro, la triple frontera en la mamacoca, hay una política de la ficción, una sociedad trastornada por la afloración de sus bordes(Alejandra Nalim). Narración con vértigo de boom que marea con lianas de peripecias, donde cada quien es lo que es, con nitidez de un elenco prolijo. 

En Trenzas de Susana Szwarc proliferan los aljibes, las zanjas (acá sí), los charcos, los pantanos, las cunetas, hay barro. Hay un regreso al lugar de formación, al pueblo, lugar donde sucedió un abuso que las trenzas señalan en intermitencia; el cabello marca escenas. En esta novela todo se entrecorta, se cuenta con hipos, con pudores o falsedades. El inconsciente huérfano escamotea la novela familiar: escapa de la mediocridad de narrar un asunto privado en valor riesgo. No hay ambición por amplitudes, pero cuánto nombre propio haciendo su entrada en escena, su imposición en la línea. Hay trenes, hay una bombita de 25 wats bajo la que se dice la palabra Holocausto (p. 94) sí, el diptongo la hace bonita. En página 61, Vietnam, Auschwitz, Hiroshima, la lucha de los Guaycurues. Dolor y dolores. Más los árboles, la tierra, las siestas, las sandías. 

La definición impecable de frontera en Libertad, los pozos y zanjas y charcos en Szwarc, la Cucagna pampeana sede de una civilización distraída y melancólica de Aira. 

Y apelo a la ley de la buena vecindad de las bibliotecas. Para marcar espacio, me interesan las huellas, el detalle, márquenme umbral. Metáforas, más metáforas.  Instalo a Aby Warburg dibujando las posiciones estratégicas y las líneas del frente, dibujando las líneas de las trincheras de la Guerra de 1914, esos esquizos practicados en la tierra de Europa para tragarse a los hombres por millones, trastornado por cada muerte humana y fundido con los fantasmas. Y a Resnais que inicia Nuit et brouillard (Noche y Niebla), su documental de 1955, mostrando los yuyitos que crecen en el paisaje de los Campos del horror, Les herbes folles que serán el título de otra de sus películas.

No sé pero quería terminar citando las trincheras de Warburg, los yuyos resistentes de Resnais que crecen entre las grietas, los adoquines, las ruinas. Sospechas, ciertas señales. Profecías de creadores. Esos datos que iluminan, que deslumbran. Creo que a los tres autores, cuyas obras me convocaron a este encuentro, también les parecerían lazos pertinentes.     

CV en 5 líneas

Amalia Sato. Profesora en Letras (UBA). Tuvo el honor de traducir entre otros a Clarice Lispector, Haroldo de Campos, Jorge Amado, Yasunari Kawabata, Sei Shonagon, Natsume Soseki, Mori Ogai, Sei Shonagon, Ihara Saikaku. Difunde con sus amigos el teatro de papel kamishibai. Brasil, Japón e Italia desde sus lenguas son sus espacios de ilusión. Edita la revista literaria Tokonoma desde 1994.