LA BALANDRA

Cuestionario a traductores

Amalia Sato

bio: Profesora en Letras (UBA). Editora de la revista literaria tokonoma desde 1994. Tradujo entre otros autores a Haroldo de Campos, Jorge Amado, Clarice Lispector, Vilma Areas, Natsume Soseki, Yasunari Kawabata, Mori Ogai, Sei Shonagon, Ihara Saikaku. Brasil y Japón, los dos espacios que orientan sus lecturas.        

  1. ¿Hubo en tu infancia alguna idea, aunque sea inconsistente, sobre la tarea que desempeña un traductor? ¿Cuándo comprendiste el significado de esa profesión? 

Creo que el recuerdo más nítido y lejano que tengo sobre la importancia de la traducción fue sorprenderme ante dos versiones de Mujercitas, el libro clásico de la infancia, y rebelarme ante los efectos tan dispares que distintos adjetivos podían desencadernar en la descripción de los personajes, y descubrir que tenía que quedarme sólo con una para poder disfrutar la lectura.  Aunque creo que empecé a ejercer el oficio, como lectora, siempre con un lápiz en la mano,  marcando algo.. Lectores como supratraductores honorarios. El subrayado entusiasta, la pregunta, la marca,  efectos de la complicidad del buen lector que reconoce la existencia de un traductor, y que lo convierten en un oficiante, son acciones que no puedo evitar. 

  1. ¿Cuál fue la razón, si es que la hubo, que te acercó a la traducción?

Traducía en la lejana adolescencia los textos de kamishibai, teatro de papel, del japonés para hacer funciones caseras.  Traduje completo L’empire des signes de Barthes (todavía en versión olivetti con carbónico) para entenderlo bien.  El Libro de la Almohada, que tan bien fue recibido, fue una de mis primeras traducciones experimentales, recuerdo que mi amiga Mercedes Roffé ya lo anunciaba en los 80 en una solapa que anticipaba una colección de imperdibles. Pero quizás el texto que me llevó a plantearme la tarea de traducir como algo que inevitablemente tenía que acompañar una lectura apasionada fue el cuento breve, Hanako, de Mori Ogai, que hoy presento en La balandra. Sabía que Donald Keene, en su libro  Portraits and Landscapes (Retratos y Paisajes), tenía un escrito sobre este cuento. Yo tenía la referencia de que aparecía  Rodin  como personaje literario y que Hanako era una bailarina de varieté japonesa de principios de siglo, y que también  se citaba un texto de Baudelaire, que era mencionado como “La metafísica de los juguetes”. Descubrí que, en realidad, el texto de Baudelaire  se llamaba Morale du joujou (La moral del chiche). Una vez terminada la traducción, me di cuenta de que el texto no tenía nada que ver con el análisis de Keene. Fue como una revelación. En realidad lo que había era una mirada irónica sobre el exotismo, no una exaltación. Bueno, a partir de ahí me propuse tareas respecto de la literatura japonesa y encontré  placer en traducir, y en situar los textos con prólogos, con notas.

  1. ¿Sobre qué lenguas trabajás la traducción?

Tengo dos espacios de nutritición, dos universos entre los que oscilo y que se complementan, Brasil y Japón. Una de mis mayores emociones fue escuchar en boca de las personalidades más relevantes y queridas de la cultura brasileña  la lectura de poemas o fragmentos de cuentos, novelas, letras de canciones, en el Museo de la Lengua Portuguesa, en Sao Paulo, durante un espectáculo multimedia fantástico, sentados en gradas, para terminar caminando al final sobre un piso que se ilumina como un cielo estrellado a la invesa con palabras. Y Japón,  que no es un misterio sino un espacio de reconocimientos, y su lengua, siempre un desafío.   

  1. ¿Tuviste maestros que hayan sido claves en tu desempeño como traductora?

Haroldo de Campos es para mí no sólo un traductor modélico por su inteligencia, por su conceptualizacion de la “transcreación”, sino también un ejemplo de generosidad. Tomo como lema su afirmación de que las traducciones son lecturas de época y al mismo tiempo  operaciones esenciales, nunca inocentes. 

  1. A lo largo de los años de trabajo y las traducciones realizadas, ¿qué mitos observás hay en la Argentina con respecto a la literatura de Japón? ¿Creés que estos mitos pueden están emparentados de algún modo por lo que se traduce, o se ha traducido en el pasado? ¿O por cómo se lo ha hecho?

No observo mitos, diría al contrario que Argentina ha tenido la suerte de contar con uno de los mejores traductores de literatura japonesa, con un visionario lúcido de todo lo que había por hacer. Hablo de Kazuya Sakai, nisei que pasó los años de la guerra en Japón y que, al regresar, desarrolló una actividad incansable, en dupla muchas veces con Osvaldo Svanascini.  Akutagawa, Dazai, Herrigel, Suzuki, cuántos nombres clave fueron difundidos por Sakai,  cuánto hizo desde el Instituto Argentino Japonés de Cultura, tanto que algunos lo creían el agregado cultural de la embajada.  Y hay que mencionar también el número de la revista Sur, dedicado a Japón, otro programa insinuado y todavía sin cumplir.   

6)¿Qué espacio hay en el mercado nacional para traducir autores japoneses que no hayan sido primero traducidos en España?

Creo que siempre hay espacio para proponer autores, lo importante es encontrar el editor adecuado. El ambiente argentino está muy ávido de muchas cosas, no sólo de Japón, la efervescencia cultural es algo que debemos apreciar. En lo que respecta a mi experiencia, Higuchi Ichiyo (una autora protofeminista que murió a los 24 años), Mori Ogai, Natsume Soseki, (los dos gigantes de la modernización), Ihara Saikaku (con sus crónicas sobre amores entre hombres) y Sei Shonagon (la autora de El Libro de la amohada) fueron todos autores que propuse y que  se editaron aquí antes que en España.  Por ejemplo,  El libro de la almohada estaba en el aire que había que traducirlo; es un clásico del siglo X. Y, sin embargo, un disparador fue la película de Peter Greenaway , por esos separadores que usaban textos de El libro de la almohada. Por mi experiencia, si uno sabe defender la sugerencia, encuentra su eco en las editoriales, en mi caso Kaicrón, Adriana Hidalgo, El cuenco de plata, Interzona, Leviatán,   El mercado editorial español es por supuesto importante y hay colecciones muy serias, pero hay posibilidades para muchos otros nombres.  El hecho de anticipar muchas veces las traducciones en la revista ayudó. El libro de la almohada, de hecho, fue primero publicado en fragmentos en la revista, eso interesó a la editorial y, a partir de ahí… Por eso aliento a apostar por las revistas literarias. Me parece que azuzan curiosidad por textos, adelantan cosas que después pueden encontrar su reconcimiento.

8)¿Hay algún traductor/a  contemporáneo en particular a quien admires?

Admiro a muchos. Como dije a Haroldo de Campos. Pero de mis contemporáneos, entre tantos nombres valiosos y tan justamente destacados, me  gustaría resaltar la labor increíble de Delia Pasini:  Shakespeare, Carroll, Wilde, Mansfield,  una maravilla.  Y recordar siempre a Atsuko Tanabe, profesora en la Universidad Nacional Autónoma de México, enorme difusora de la cultura japonesa, con muchas ganas de establecer ese famoso “puente cultural” y formar equipos de traductores que pusieran al día  el corpus literario de un lado y del otro. Atsuko fue muy generosa conmigo, porque me dio la oportunidad de intervenir en una antología de literatura japonesa de posguerra que editó por Premiá, con la traducción del cuento de Yoshimura Akira, Vías de ferrocarril en mi espalda.

8)¿Qué aspectos disfrutás de la profesión y cuáles no?

Un lema interno es repetirme que no se traducen autores sino textos, esto para suavizar un poco el susto inicial ante los grandes nombres. Disfruto de la “captura”, de la entrega al ritmo, del cálculo de los efectos, del realce al sentido. También de la inclusión de términos originales en bastardilla. Y como todos, no disfruto de las fechas de entrega, aunque sí sé cuándo dar el remate y soltar el texto. Ahí termina la tarea mediúmnica, y como todos los traductores solemos, a lo que se tradujo no se vuelve en lectura. En los libros debería figurar (como en las películas) todo el montaje. Así como cuando terminan las películas aparecen todos los nombres de todos los que entraron en la producción, sería muy justo que en un libro, con el tamaño de letra que correspondiera, figure el elenco completo: corrector de estilo, editor, traductor, en fin, todos los que entraron en su elaboración. El trabajo de traducción debe ser biselado, engarzado. Sería genial que al traductor le dieran mucho tiempo, para que deje reposar un texto meses, lo pueda retomar con otros ojos y ahí hacer una corrección implacable y con mucha saña de su propio trabajo. Pero los tiempos editoriales no son así tampoco. Las entregas siempre son muy apuradas.

9) ¿Cómo surgió la concepción de una revista como Tokonoma y qué cambios hubo desde esa idea original a lo largo de estos diez años de dirigirla?

La idea era una revista de literatura, siempre con algo de Japón, pero desde Buenos Aires, lo que fuera pero en tiempo real, ahora, aquí. E invocando la multiplicidad de sentidos del tokonoma de Lezama Lima, no hubo más programa que éste. Así que cada número se pensaba en sí. Desde el número 8, con tapas de Alejandro Ros, también siempre diferentes para cada ocasión. La lista de colaboradores es para enorgullecerse, siempre un nombre nuevo, siempre  inéditos, y la aparición de lectores fieles. Una vez por año, desde 1994. Al mismo tiempo disfruté mi feliz intervención en otras revistas (la ballena blanca, ricardito, xul, seda, sede, barzon, el colegio de méxico, japónica, pachamama, correspondencia, de azur, grumo, el jabalí, vox, ventisca, al oído, etc, etc) así como la presencia de  editores y firmas de estas otras publicaciones en tokonoma. En una palabra, me siento parte del feliz remolino de las revistas que no se guía por el implacable mercado sino por gustos que no se negocian.   

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