Montevideo, Uruguay, n 1
Entrevista con la traductora argentina Amalia Sato para la edición N° 1 de la Revista Pontis – Prácticas de Traducción sobre su experiencia en la traducción de “Eles e elas”, de Júlia Lopes de Almeida.
- ¿Cómo ocurrió su primer contacto con la obra de Júlia Lopes de Almeida, escritora cuya producción en el siglo XIX alcanzó alto prestigio en un ambiente predominantemente masculino, pero que, actualmente, no tiene el protagonismo en la constitución del canon literario, como sería lo esperado?
En 2010 participé del Congreso BRASA, organizado por la Universidad de Vanderbilt en Brasilia, con una ponencia sobre Portunhol (alimentada con mi práctica como docente de español para brasileños en la Fundación Centro de Estudos Brasileiros – institución señera que lamentablemente ya no existe). Allí conocí en la mesa de inscripciones, por esas casualidades-causalidades de la vida, a la Profesora Nadilza Martins de Barros Moreira de la Universidad de Paraíba, con quien establecimos una amistad instantánea. Fue ella quien me hizo conocer la obra de Júlia y su pasión por la figura de esta feminista pionera. Cuando tiempo más tarde, la editorial Leviatán de Buenos Aires, para la cual ya había traducido dos autores brasileños, me preguntó si tenía algo para sugerir, no dudé en proponer las crónicas de Ellos y Ellas, las cuales se editaron en 2012, con prólogo de Nadilza y traducción a mi cargo. El libro mereció una nota en el suplemento Las 12 del diario Página 12 de Buenos Aires.
- ¿Por qué la elección de “Eles e elas”? ¿Es una obra con características especiales en relación a las demás producciones de la autora?
Las crónicas tienen una actualidad increíble, las estrategias que la autora hila para dar cuenta de la situación de opresión de las mujeres de su época son habilísimas: siempre mantener un frívolo buen tono, asumir con humor voces de varón críticas o irónicas respecto de las mujeres, tocar temas candentes salpicando el texto con palabras en francés que blindan de cultura y savoir faire las críticas astutamente armadas.
Dan ganas de seguir traduciendo la producción de Júlia, por ejemplo: sus cuentos para niños que fueron material de lectura por décadas en la enseñanza oficial.
- ¿Cómo fue el proceso de traducción? ¿Qué aspectos referentes a la traducción de los cuentos le llamaron más la atención?
La lengua y el estilo de Júlia son modernos, no hay un hiato dificultoso al leerla, por lo tanto tampoco la traducción generaba problemas salvo el compromiso de mantener su “tono”, frívolo, ligero, afrancesado, de párrafos extensos, con digresiones a modo de monólogos interiores.
- ¿Cuáles fueron las mayores dificultades encontradas en el proceso de traducción de los cuentos? ¿Qué técnicas o medios utilizó para sortear esas dificultades?
Encontrar un vocabulario que diera el matiz de época para traducir todo lo que era vestimenta, costumbres, usos en la mesa, tratamiento hacia el personal de servicio, en fin, el lenguaje de clase acomodada que permitía la crítica aguda que insinuaba sin caer en confrontaciones, con un tono de salón autorizado ante oyentes atentos.
- ¿Cuáles serían los consejos que daría a traductores que inician en el ámbito literario?
No consejos sino las certezas que me dio la práctica. Que toda traducción es lectura de época, como decía el gran y admirado Haroldo de Campos. Que no se traduce a un autor – lo cual podría inhibirnos mucho – sino textos a los que hay encontrarles soluciones, las mejores de ser posible, sin derecho a nota a pie de página. Y sobre todo que si nos encomiendan una traducción literaria, no hay que mecanizar – lo contrario de la traducción técnica o legal – sino ver cada texto como algo único; sobre todo recordar que el efecto de la misma tiene que ser literario, es decir provocar esa emoción que surge de un amasado de sonidos, ritmo, silencios,conceptos sin explicación y sin recuerdo – la amnesia es un buen dato de que se ha trabajado con entrega –, de un conglomerado de recursos que se van estableciendo y borrando, y que es el andamiaje secreto de cada traductor. Un traductor literario tiene que ser ante todo un lector apasionado, amoroso, un subrayador de textos, un viajero curioso en el universo de la literatura.