Homenaje a Jorge Di Paola

Dipi y Gombrowicz

Por Raúl Escari

 Una noche cenamos en casa de Norma Bertol, quien nos recibió a Beba Eguía, Ricardo Piglia, Roberto Jacoby, Delia Cancela, Jorge di Paola y a mí.
Terminamos una cena riquísima y pasamos al salón, donde Ricardo o Norma pusieron música de jazz norteamericano.

Ricardo le preguntó a Dipi, a boca de jarro, cosa que yo no me hubiera atrevido a hacer (de boludo), que contara su encuentro con Gombrowicz, que el autor de Ferdydurke refiere en su Diario.

Witoldo (como lo llaman aquí sus allegados) acababa de desembarcar en Tandil y, como siempre cuando llegaba a un sitio desconocido, fue a la alcaldía y pidió conocer a los jóvenes intelectuales lugareños. Sufría de problemas respiratorios y una amiga le había pagado una estancia en Tandil, conocida por la pureza del aire y su efecto benéfico para el asma.
Dipi, que por entonces tenia dieciséis anos, se encontró en la calle con unos muchachos veinteañeros, poetas, cuentistas, a los que su precoz tendencia por la escritura había llevado a conocer y frecuentar, pese a ser mucho menor en edad.
Los muchachos lo invitaron a acompañarlos; iban a un café, dijeron, a encontrarse con un intelectual polaco residente por entonces en Buenos Aires.
Dipi se unió al grupo y, cuando llegaron al establecimiento, Witoldo ya estaba instalado en una mesa, leyendo un diario local.


Se hicieron las presentaciones correspondientes, se ubicaron en la mesa cuadrada demasiado chica para tantos dispuestos a escuchar al desconocido Maestro. Gombrowicz tomó una hoja de papel y, al empezar a escribir su nombre, dijo, con su marcado acento polaco:
-Tengo un nombre difícil – dijo y, acto seguido, dibujó una a una las letras de su nombre: una W, una I, una T, una O, hasta que Dipi, que seguía la escritura del maestro, exclamó ante la sorpresa del novelista:
            -Witold Gombrowicz.
-¿Me conoce? -respondió atónito el escritor.
Sólo hacia dos meses que había salido la versión en castellano de Ferdydurke, redactada por un comité de traductores que incluía al Maestro y dirigía el cubano Virgilio Piñeira, entonces en Buenos Aires. Se publicaron pocos ejemplares en una editorial para mí desconocida, Arcos. La edición era muy limitada y pasó desapercibida en los medios.
    Dipi había leído Ferdydurke en la Biblioteca Municipal y éste se había convertido en su libro favorito. 

    Se lo dijo a Witoldo como pudo, tal vez con un discurso seguramente vacilante y aproximativo, producto de la emoción y la timidez. Al menos es lo que a mí me hubiera ocurrido ante esa situación y supongo que a él también.
Gombrowicz lo escuchó con atención y, al final, dictaminó, por lo alto:
-Lo nombro mi secretario personal -y retomó su monólogo-fobia por las modas literarias francesas en el lugar en que había suspendido su diatriba. Ya la charla derivaba y Dipi preveía el inevitable olvido de su propuesta. Ansioso, temeroso de perder para siempre la posibilidad de ser su secretario y armándose de coraje, exclamó:

-¿Y qué debo hacer como secretario?

Tras una breve reflexión, Gombrowicz respondió:

-Prácticamente nada.

Correo 2006 y textos inéditos de Dipi 

25 de noviembre de 2006

¡Amalia! Tanto tiempo. Desde la noche de los tiempos te saluda y abraza el dipi. Adjunto mi primer libro de poesía con la timidez de un adolescente senil, con toda la consideración por los tiempos que haga falta. Como dicen los mejicanos: ¡mande! Yo obedezco. Abrazo. 

D

28 de noviembre de 2006

Amalia: Espero con calma y alegría la lectura

Abrazo fuerte

Dipinius

6 de diciembre de 2006

¡Oh, Amalia, pensarás que no estoy muy bien de la cabeza! Pero me olvidé de decirte que los mandé a un concurso en España. Entonces, hasta fines de marzo-abril, ¡no se pueden publicar, porque me descalifican! Ni imaginé que tokonoma saldría tan rápido. Y claro que me encantará hacerlo más tarde, así como algún artículo o relato que te interese. Sólo pídelo, dulce amiga.

Un fuerte abrazo

Dipi  

Películas

(Poesía de amor)

Por Jorge di Paola Levin

  1

Fuiste un hilo de viento

El sonido de una campana de plata

El salto de un pájaro

Sobre la rama

Fuiste lo áspero, lo suave, lo bruñido

Fuiste el resplandor de un Sol

En  mi espejo astillado

Fuiste el fulgor de un refucilo

Entre nubes oscuras,

Una roca suspendida en el aire intangible

Que demora su caída.

Fuiste la brizna del trigo

Entre los dientes.

.

Nuestro amor  se nos escapa toda vez

En la premura de la ráfaga

Que cierra las puertas sobre sus goznes

En el tembloroso instante del encuentro.

Una burbuja salta

En el agua de un charco

En la lluvia de otoño

14

Miro la luz y dudo

Si la guardaré en tus lágrimas

O en la oscuridad

Del amor sombrío

No llores cuando me recuerdes

No me recuerdes cuando llores

Hay una verdad en el cristal de roca

Más allá de la lente y del vaso.

Más allá del tropiezo, la caída

Y su estallido de campanas

Contra la impertinencia

Del mosaico

Su estrella de diez puntas,

Su damero de colores

Quebrado por tus danzas

Alocadas, torpes

Tus pies como martillos

Contra la porcelana

Tus piernas como álamos

Curvados por el viento

Tu cuello como un sauce

Tu torso tan trivial

Como una grupa de caballo

O tu talle arqueado

Como el delfín en el salto

Sobre la espuma de las olas

Coreografía iluminada

Por el resplandor que encerraron

Tus lágrimas innecesarias

En su cofre de brillos

No pude guardar el destello

En mi pecho sombrío

Sombrío de toda sombra

Sábado 16 de diciembre de 2006. Amalia: Va una novela que acabo de terminar. Sin compromiso, claro, te la mando tanto por si querés hojearla como por si querés buscar algún capítulo que te interese para tokonoma. La mandé a España (¿se ve que necesito plata, no?) pero no hay problema para que publiques algún fragmento. Estoy trabajando un “puema” sobre ratas; si sale, te lo mando. Si no te parás en un banquito y empezás a los gritos !!

Cariños, dipi   

GERMENES

Por Jorge di Paola Levin

Algo se mueve.

Por  Péndulo

 “Aparece brutal y desenfrenado,  respira una amenaza infinita, se pierde en una lejanía vertiginosa.”

Witold Gombrowicz

Cosmos

“Los hombres confunden las causas y los efectos”

Gustave Flaubert

Bouvard y Pécuchét

Capítulo  15

Se notaba claramente, por los rizos de la superficie al viento, que el agua del tanque australiano se había licuado. Las sirenas nadaban de nuevo. Quien las hubiera visto antes de ese proceso que se iniciaba cuando primero el líquido tomaba una consistencia de gelatina, y luego de unas horas se transformaba en una especie de cristal casi por completo sólido aunque con el mismo índice de refracción que el agua de pozo, no podría creerlo. 

Las sirenas y sus peces falderos habían cambiado notablemente. Habían perdido las escamas y estaban tomando un aspecto (aunque aún apenas humano), decididamente humano ya. 

El proceso y la velocidad del proceso eran desconocidos. ¿Se trataba de una excepcional plasticidad del protoplasma, una agudeza inteligente del ADN? Los peces falderos iban dejando de parecerse a los peces, aunque aún no se sabía a qué se podían semejar. Pero más bien daban la impresión de ir gradualmente integrándose a un cambio drástico que abarcaba a los dos seres por igual; aunque a mínima distancia; hacía apenas unas horas se encontraban incluidos en un medio que se parecía al ámbar, medio que  los transformaba,  y ahora habían liberado sus cuerpos al agua de pozo y al aire terráqueo. 

Se movían con ligereza y gracia.

Aunque todavía no se podía adivinar el propósito, si lo había, o el plan, si lo había. Acaso se tratara de una ingeniería de la evolución, el diseño de las mutaciones plagiarias. 

Pero esos fines significaban la intervención de una voluntad. Un objetivo, no una adaptación al azar.

Las sirenas ¿estaban a medio camino de una evolución, incierta para el testigo en las sombras? Si había una finalidad ¿ésta apuntaba a desarrollar progresivamente una seducción irresistible, un arma al revés, una conquista pasiva?

El irlandés Hamilton, que miraba nadar a las sirenas desde una loma con sus catalejos, se hacía esas y otras preguntas. 

Le llamaba la atención que no quedaran restos visibles de la batalla de ayer, ni siquiera restos del tanque vaca, (Holando argentino), cuyo cuero blindado había quedado sobre el campo como un perdurable testigo de la campaña, monumento al combate, ruina ya olvidada.

El irlandés había venido al trotecito hacia el molino, acompañado  por la mariposa traductora y su cohorte amarilla, que le revoloteaba alrededor como haciéndole fiestas a las que permanecía indiferente.

Hamilton esperaba respuesta de Milos Forman, un lingüista a quien había escrito una carta reclamando información. Le habían aparecido serios interrogantes. 

Ese lenguaje absoluto de las mariposas, misteriosamente, lo dejaba en un estado de incertidumbre y angustia,  una vez  que se hubo debilitado el asombro y la fascinación por su poder más que expresivo. 

Forman,  el políglota húngaro, le había dicho hacía unos años, cuando se conocieron,  que su idioma (el húngaro) era tan difícil que se afirmaba en su país que si uno no nacía escuchándolo al mamar, no podría aprenderlo jamás.

 Hamilton era el único políglota que Forman conocía que había empezado a hablar húngaro a la perfección, incluyendo las numerosas declinaciones, en unas siete semanas apenas. Eso fundó una amistad poco común. 

Desde entonces se encontraban unas semanas durante los veranos para regodearse en la ardua lengua, comer varios asaditos, beber vino tokai,  y bañarse en el tanque australiano, obligándose a contar las cosas de sus vidas sin recurrir a ninguna otra lengua, para que el aprendiz no la olvidara.

La mariposa traductora tenía con él un contacto breve, intermitente y absoluto. Ella revoloteaba siempre cerca del largo pelo pajizo del irlandés. 

Le arrastraba el ala, decía Acevedo. 

Cuando ella le hablaba, él recibía la intensidad del mensaje como un golpe. Quedaba casi inconsciente instantáneamente. Abrumado por el quantum de realidad. Sabía todo en forma dolorosa y acelerada. Pero a su vez no podría traducírselo a nadie sin una dificultad extrema. 

El lenguaje era tan envolvente que no dejaba un vacío. Que no fuera la visión dominando por completo y zumbando en sus sentidos. Algo era permanentemente excesivo para sus fuerzas. Para las fuerzas humanas.

Las sirenas, asomadas afuera de la superficie del agua como si fueran un grupo escultórico de una fuente improbable, o aun imposible, se tiraban chorritos entre ellas y se reían.

Parece que son seres universales que pueblan regiones desde la periferia al centro del Cosmos, si es que se pueda decir que el Cosmos tiene algún centro. Pero sin dudas tiene periferia, de donde viene el ruido de fondo que delató el Big Bang, y se presenta como el límite creciente del Universo en expansión.

Bien, ellas se encontraban practicando entonaciones débiles, como si fueran secretas. Un canto para no ser escuchado aún. ¿O un canto silente para no ser escuchado nunca, un canto para ser pensado? 

El artesano que fue hasta el tanque australiano con la idea de nadar y refrescarse, llegó unos minutos antes que el irlandés; vio la sirena creyendo que era una mujer del lugar. Por completo indiferente a él, como si el chico fuera por completo invisible.

¿Era cierto que había tomado tanta cerveza, que era casi de noche, que no había salido la Luna y le pareció ver algo sobrenatural?

¿Que se había tomado un ácido?   

¿Qué quería decir, que nunca había visto nada parecido? 

Una música, un canto no se explica ni se describe, simplemente se canta. El chico no pudo hacerlo, aunque lo intentó al contar la historia que ninguno de sus amigos creerá llegado el momento. Como quien captura una nueva canción de moda. Pero tarareó una modulación zumbante que no resultó humana ni se pudo escuchar.

Además se dijo que no le parecía una voz muy buena; que debía estar medio loca, desnuda en el tanque recibiendo del molino un chorro de agua tan fría que cualquier ser normal se hubiera pegado un grito. A la otra sirena no la vio. Tan sólo una lo había hipnotizado  Mucho menos había visto a los peces falderos. 

Eso sí, se acordaba de un olor parecido al del pan fresco o la levadura. El ambiente cercano tenía ese perfume. Y ese perfume lo mareó, Acaso  lo embrujó.

Poco después distrajo su mirada errática algo como una zona de barro cristalizado. Algo oscuro y mate que era brillante y claro. Estaba cribado, como si hubiera sido trabajado por varios trépanos. Los agujeros se hundían profundamente en la tierra, a pocos metros del molino, como una mancha de césped negro en la tierra arada, blanca.

Cuando se cansara de nadar, pues ya se había cansado de la indiferencia de la sirena, que parecía no verlo y era insensible a sus intentos de conversación, iniciaría la ventura de buscar una perforación que le permitiera bajar a lo que fuera que se perfilaba en las profundidades del terreno. Quería ver el mundo de abajo.

Apoyó la oreja en la tierra ni bien salió del agua, que aún le retumbaba en los oídos donde se había metido. Oyó el trabajo de las hormigas, de lo que fuera que se encontraba cavando y construyendo. 

Carta de un lingüista, traspapelada  abajo de un bombo legüero

“Amigo Hamilton: me dejaron preocupado sus palabras atormentadas por una lengua imposible. No creo que exista sobre la tierra un lenguaje de tal poder, que logre ser a la vez un habla absoluta, una música absoluta, un conjunto de jeroglíficos absolutos, una escultura absoluta, un pensamiento que se piensa absolutamente.

Si algo así existiera sería lo real, sería el mundo, no un sistema de símbolos para referirse a él. Sería lo real reflejado en un espejo de sí mismo. Crearía un infinito que causaría un dolor infinito, desconocido.

Creo que sería simplemente mortal en el sentido en que simplemente acabaría con la vida de quienes lo articularan. 

Me dice que a ese idioma lo recibe esporádicamente de un hilo de voz, de un hilo de secretos, de un hilo de formas, de un hilo de melodías. Me dice que ese hilo lo envuelve y que por un favor de la suerte lo abandona por fin al poco tiempo. Eso lo alivia. Que comprende la visión – sólo se puede hablar de visión, no de mensaje—, que la visión se transforma malamente en un conjunto de gritos lanzados al vacío y nadie puede escucharlos.

Es más que suficiente. No existe este idioma, y si existiera no sería de este mundo. Tendría un poder que desconocemos. Quienes se ligaran entre sí con esta no lengua y consiguieran transmitirse la visión, serían el mundo y lo tendrían a su vez para ellos. 

Lo más parecido que se pensó sobre ese enigma tal vez fue un tramo irónico de Gulliver, donde Jonathan Swift se traslada con todos los objetos de los que habla, o quisiera hablar, y  los lleva consigo. Simplemente, se los presenta a su interlocutor. Pero apenas se trata de una idea cómica y acaso sarcástica; esa lengua (hablada, escrita, contada, cincelada, pintada, cifrada y descifrada) es “la fórmula de un dios, cuando ocurre la unión con Él o con la divinidad”. 

No es una lengua instrumental, como parece ser la que lo atraviesa, Hamilton. Es una escritura “formada por todas las cosas que son y serán y que fueron, la que basta para entenderlo todo, hasta los infinitos procesos que forman una sola felicidad”. Entendiéndolo todo “alcancé a entender la escritura del tigre, la que bastaría decir en voz alta para ser todopoderoso” como ideó ese Borges que tuvieron ustedes durante unos años, en un cuento donde se refirió a una lengua que nadie pudo hablar y que nadie escuchó, salvo usted, que corre peligros no experimentados aún.

Temo por su persona (y disculpe que sin advertirlo le haya escrito en húngaro y lo obligue a la dificultad  de leerlo), creo que lo que lo preocupa supone  un pensamiento insano, de esos que se convierten en dilemas antes de ser considerados problemas. 

Le envío un abrazo que significa un abrazo. Ni más ni menos.

Milos