Belo Horizonte 2019

7 días en BH (Be Agá, Belo Horizonte), Minas Gerais, Brasil y 14 nombres propios para una agenda de emociones Por Amalia Sato O real não está na saída nem na chegada; ele se dispõe para a gente é no meio da travessia. (Lo real no está en la salida ni en la llegada; se nos ofrece en medio de la travesía) Guimarães Rosa Milton Santos.

Primer impacto. Otra ciudad brasileña, sin calles arboladas, con sus edificios sin balcones, ergo sin macetas, con todo pensado para los coches; sol, calor, distancias. Desde la ventana del piso 15 del hotel, en el centro, edificios abandonados de veinte y más pisos, una medianera graffitada con una figura de mujer que parece una bahiana en vestido naranja a lo largo de unos diez pisos, y otra pixada (pishada) con la típica caligrafía rúnica (influencia del heavy de Iron Maden) a lo largo de otros ocho pisos. ¿Cómo y cuándo lo hacen? Hay videos en you tube (recomiendo PIXO).No con la densidad de São Paulo pero la urbe es otra vez un ejemplo brasileño de museo al aire libre, una pizarra gratuita, imponente, visible. Cuánto anticipó el gran geógrafo Milton Santos sobre la modernidad que se compra en altura y distancias, ¿qué diría de estos muros filigranados con riesgo de vida? Wannia y Marco.

El primer día, visita trajinada al Mercado Central, justo sábado, día de salidas y encuentros, con bares repletos de clientes hablando a los gritos, con sus restaurantes de mesas tan pegadas que son casi conviviales, donde se degustan en un solo plato tantos sabores, con su sección de venta de pájaros y perros y creo que gatos, de plantas y flores, artesanías, en fin lo que se quiera. Llevo mi lista gastronómica: al fin de los siete días compruebo que probé feijão tropeiro, fígado con jiló, el infaltable pão de queijo con café, todas las frutas que pude, me quedan para otra visita el frango com quiabo y tantos otros manjares. Un mareo en este hormiguero de ofertas y personas pero obtengo dos cosas utilísimas: una guía general con información de Minas Gerais y -de la taxista que está en la cola a la salida y que me lleva de vuelta al hotel, Wannia- una tarjeta con el número de su celular y la recomendación de que su marido, Marco, también taxista, es un guía bien dispuesto y gran chofer. Como viajera hay que agradecer siempre la caridad con el peregrino. Y será Marco un personaje fundamental para sustentar las observaciones con la experiencia y sagacidad de un local. A lo largo de la semana terminaré conociendo por fotos a sus dos hijos, una jovencita amante del deporte y un niño que lo acompaña a pescar en el río San Francisco, y a su mamá que está internada, grave me aclara, y a quien viene de ver en el hospital un día que llega tres minutos tarde. Es el guía perfecto, mientras el auto recorra raudo las rutas (todo queda a más de cien kilómetros), sus comentarios enriquecerán con información de primera mano todos los paseos, él mismo se mostrará extasiado ante los tonos de verde de esas sierras vírgenes maravillosas, él como yo se preguntará cómo se manejaron los portugueses buscadores de oro o piedras preciosas (los emboabas) para desbravar y recorrer esa geografía. Tres dichos de mineiro que me dice con gracia y que ilustran la idiosincrasia de este Estado famoso por haber sido cuna de tantos políticos – algunos calificados de velhas raposas (viejos zorros)- no se me olvidarán. Pensar que fue de aquí como de otros lugares de la rica América que surgió cruelmente el excedente que fundó el capitalismo de Europa (vean los videos de Eduardo Bueno, un Felipe Pigna brasileño, tan claro siempre). No hay nada azaroso en la ocupación de este territorio de sierras y florestas increíbles. Y van los dichos: Se não tem mar, vai para o bar, Mineiro come quieto (vale decir: mira y no habla), Mineiro come pelas beiradas (empieza a comer por el borde del plato, donde la comida no quema), valen como muestra de otra manera de ser, ¿no? Niemeyer. J.K. El complejo Lagoa de Pampulha y el edificio sobre Plaza Liberdade, o la Ciudad administrativa al costado de la autopista. Avanzadas de una modernidad ultra que quedan aisladas, como hitos de un futuro trazado sobre planos papel manteca, “por más cerca que se esté, todo.aquí se ve de lejos” – decía Clarice Lispector de Brasilia. Un urbanismo que, si pueden, los más ricos eluden sobrevolándolo en helicópteros o yendo de garaje de condominio a garage de shopping sin contacto con el otro. Juscelino Kubitschek (Yota Ka), Portinari, Burle Marx, Niemeyer, Alfredo Ceschiatti, en 1943, idearon la laguna artificial de Pampulha, a más de 8 kilómetros del Centro. Iglesia, Casino, Casa de Baile, Yacht Club, iba a ser un núcleo irradiante. La iglesia, cercada por mallas de plástico naranja está en restauración, el Casino ahora Museo alberga una muestra conceptual que ironiza sobre el antiguo rol, O azar é seu (algo como, Te lo buscaste) y no está en exhibición el acervo que prometía el librito guía; pero a falta de las 1.400 obras prometidas me doy el gusto de una inmersión de dos horas en un edificio de Niemeyer sin nadie, salvo yo. Curvas, rampas, un auditorio con paneles insonorizadores y un sistema de amplificación de sonido (una forma circular cavada en el techo), y sillas que se pueden mover a piacere; en fin, para mí que disfruto de la arquitectura, ¡fiesta total! Detalle, los taxistas esperan o vuelven por una, conviniendo horario, prueba de que hay crisis, y si esperan, cobran el viaje hasta ahí y paran el reloj. Y se agradece porque lo que rodea a Pampulha es un barrio residencial, portones, paredones, nadie. Aleijadinho. Tiradentes. Dos nombres para las dos ciudades históricas que visito. Congonhas, Ouro Preto (antes Vila Rica). Para algunos, Antônio Francisco Lisboa, el escultor lisiado, (de ahí su apodo), tal vez a causa de la lepra que destruyó sus manos, es el primer artista mulato brasileño. Para otros, no existió y fueron varios los que esculpieron las obras que se le artibuyen. Los Profetas y los conjuntos escultóricos en las capillas. Apenas llegamos, hay un alto obligado de nuestro taxi y sube el guía oficial. Un señor de intensos ojos azules, muy delgado, con quien habrá que negociar un precio por su tarea de guía. No deja de nombrar a Juscelino Kubitschek, Yota Ká (me compraré el último día un libro sobre él, titulado El presidente bossa nova, fascinante figura) y a su madre Júlia, siempre que puede y sin que aparentemente sus nombres se conecten con la charla, pues sin duda para él sustentan ese momento de aspiración al progreso que todavía lo enciende. Sus observaciones sobre el león y la ballena que acompañan el conjunto de los profetas son inolvidables: nos dice que Aleijadinho nunca estuvo en Europa, nunca vio una ballena y que por eso se inspiró en los peces de río bocudos, que Aleijadinho nunca vio un león y que por eso le hizo a la escultura cara de mono y melena parecida a vellones de oveja. Ese barroco criollo que es casi un rococó, con estatuas de narices finas, ojos estrábicos, cuerpos frágiles…Y columnas que llaman “grávidas” porque desarrollan curvas inéditas. Nada de la solemnidad europea, una ligereza juguetona, colores más claros, mundo pastel.

Y Ouro Preto, tanta información, tanta historia… solo saber que en esa plaza donde se ofrecen los guías locales estuvo la cabeza de Tiradentes por meses, como lección ante su rebelión ante la Corona, y ver en el museo las piezas de hierro con que doblegaban a los esclavos, estremece. Vaya a saber dónde tuvo que estacionar su taxi Marco, en estos lugares donde ya hay “peajes” convenidos. Y difícil caminar por esas callecitas empedradas y en declive. Izabel Mendes da Cunha. Centro de Arte Popular. Son como cariátides con su porte perfecto y una mirada de intensidad medusina. Pueden llegar a medir un metro y se ven espectaculares con sus trajes de novia inmaculados, con puntillas y cuellos, de diseños haute couture. Sabía de la namoradeira de janela, la muñeca acodada en la ventana, figura típica para llevar de recuerdo, pero no me esperaba este hallazgo. Las muñecas de arcilla de Izabel Mendes, la artista pionera del Valle de Jequitinhonha, que desde su taller en Santana do Araçuaí, desarrolló lo que es ahora arte regional y muy apreciado. Y como si el canal arte 1 siguiera mis pasos, esa misma noche veo en el hotel un documental donde la presidenta Dilma premia a una hermosa señora de cabello recogido y tirante, una anciana de cara vivaz; así me entero de que cambió la práctica de la alfarería utilitaria que le transmitiera su madre, por este arte de muñecas que intimidan con una intensidad tal que amenazan con cobrar vida en cualquier momento. Son bellas y misteriosas, como plantadas firmemente ante un destino: madres amamantando o jóvenes novias solas o con su prometido. El detalle con que trabaja sus ojos en relieve, con pestañas espesas, y los aros, collares, y labios pintados, y puntillas imantan con elegancia, moda y coquetería refinada cada figura. Ojalá hubiera una muestra aquí en Buenos Aires. Tunga. Inhotim.. Mi ilusión más grande era conocer el Instituto Inhotim, el mayor museo de arte contemporáneo al aire libre del mundo. Había incursionado por internet y escuchado las entrevistas a su ideador Bernardo Paz, dueño de la fazenda donde está instalado. Parquización sugerida por Roberto Burle Marx, galerías para muestras individuales, instalaciones, tres circuitos, posadas chic en la ciudad cercana de Brumadinho para recibir al turismo que va exclusivamente por esta experiencia. Y las imágenes deslumbrantes que me anticipa internet. Otra vez Marco, y otra vez un viaje por ruta viendo ese paisaje de sierras verdes pero que cada tanto muestran alguna ladera pelada y marrón, y siempre camiones polvorientos y enormes corriendo a nuestro lado. Hay que pasar por Brumadinho – tipeo este nombre y me corre un frío pero estoy guardando un ficticio orden cronológico- ciudad pequeña que antes supo ser leprosario, y que ahora agrega como capital de trabajo el Inhotim a la consabida actividad de extracción de hierro. Tanto dependen de la empresa (Vale do Rio Doce) que todos la llaman popularmente Mãe Vale. No sé por qué pero muchos quebra molas (lomos de burros) durante el paso por la ciudad. Sol, casas bajas, los bares con sus sillas de plástico amarillas, la sequedad, ni un árbol ni una maceta perdón por la insistencia, y al final llegamos al amplio estacionamiento; es martes, son las 10 apenas y Marco se alegra de que no haya casi coches ni micros. Combinamos que me pasa a buscar a las 17 cuando cierra el Instituto Museo. Hasta llegar a la recepción un camino bordeado por palmeras, las altísimas palmeras imperiales, emblemáticas del Jardín Botánico de Rio, pero aquí con un fondo verde constante, un corredor de cientos de metros como preámbulo al ansiado paraíso. Compro la entrada y pago el carrinho que va a acelerar el recorrido. Las obras son muchas y todas del rubro arte conceptual. Solo apunto algunas: en la piscina de Jorge Macchi varios se meten en traje de baño y los proveen de toallones.

Hay una galería solo con obra de Victor Grippo casi sin iluminar. Para entrar en la galería de Hélio Oiticica hay que descalzarse y hay un número límite de visitantes simultáneos. Hay una obra Kentridge con múltiples proyecciones, en galería negra con corredor techado que da al parque. Confieso que es raro el efecto de estas propuestas que demandan un análisis, en medio de la sensualidad vegetal cuyo encantamiento es ineludible. Los jovencitos y jovencitas con su uniforme de chombas azules manejan los carritos que te dejan en un punto y vuelven a su base; a veces en medio de la selva hay que caminar bastante hasta llegar a la propuesta artística. Se deben seguir instrucciones, se sugieren recorridos, se pasa de la luz deslumbrante natural a espacios en semipenumbra, las obras a la intemperie demoran en ser descubiertas pues no hay tanta señalización, hay que esperar por los carritos y más si se completan y, como me conforta una empleada: menos mal que vinieron martes y no miércoles que es gratis: ¡esto se vuelve una locura! Pero para resumir en un nombre mi vértigo ante tanta información, formas e imágenes, elijo a Tunga, que tiene su obra exhibida en una galería exclusiva de modo permanente; dicen que fue uno de los que alentó a Bernardo Paz para decidirse por la fundación del Instituto y que le auguraba el éxito de una suerte de parque de diversiones de las artes. Se definía como “un artista venusino, que cayó en Pangeia, que luego fue la Tierra y, al separarse los continentes, terminó en suelo brasileño”. Su sala solo de cristales me parece la mejor metáfora del brillo de oro y diamantes de otros tiempos. Un logro alquímico, lujoso, en esta galería de maderas de distintos tonos perfectamente encastradas en piso y techos, un cofre pulido para sus joyas. Conclusión y consejo; con el sistema que yo elegí es imposible hacer los tres circuitos, que por partes carecen del servicio de carrinhos y hay que cumplir a pie. (Leo en el folleto mapa que hay un kiosko de una agencia especializada a la entrada al parque, y que ofrece servicios “especiales”. Pero tarde, ya en Buenos Aires) Guimarães Rosa.BH invita a salir. Una vez cumplido el circuito cultural en la ciudad alrededor de la plaza central, Liberdade – museos y centros culturales muy bien mantenidos por las grandes empresas Banco do Brasil, Vale do Rio Doce, Petrobras – los ojos se lanzan a la guía para ver qué más se puede conocer. A 124 kilómetros, Cordisburgo, la ciudad natal de Guimarães Rosa. Marco avisa que ha pasado por allí pero que nunca fue al Museo, la casa natal del escritor. Grande Sertão, veredas. Obra maestra. El primer libro que compré en mi primer viaje a Brasil junto con el diccionario Aurelio. Para recoger información para su magna novela, GR partió con jinetes expertos en 1952 a recorrer el sertão de Minas. La traducción literal del título no ayuda a captar la geografía insinuada: propongo esta Región agreste (o ¿Desierto?, para acentuar), oasis (veredas, regionalismo de Minas Gerais, significa en medio del cerrado, flujo de agua cercado por la vegetación de los buritis (plantas de la familia de las malpighiaceas).Veo el sertão, vegetación achaparrada pero suelo verde, otro pasisaje.

Y Cordisburgo, una ciudad pequeña, con una iglesia abierta impecable, una plaza temática con animales prehistóricos que homenajean a Peter Lund, paleontólogo danés que anduvo por allí en 1835. Un solo restaurante importante al que vamos con Marco a degustar la culinaria de la que tanto se enorgullecen. Y el museo, con objetos, ediciones de originales y traducciones (noto que faltan los dos libros que editó en Bs As Adriana Hidalgo, Sagarana traducido por Adriana Almeida, querida colega de Funceb, y Gran Sertón, veredas que Gonzalo Aguilar y Florencia Garramuño tradujeran también hace años – ya fue hecho el contacto para que los envíen, es importante). Pero el personaje que se roba la escena es nuestro joven guía, Tales, del Grupo de contadores de estórias Miguilin; primero nos informa sobre cada objeto, menciona la muerte del autor a tres días de su nombramiento en la Academia de Letras, nos habla de una bisabuela que desde su habitación sin ventanas sabía todo de todos, nos cuenta sobre los pasaportes que como cónsul en Hamburgo GR facilitó a muchos judíos que pudieron escapar del horror, y a continuación nos lleva al fondo donde hay una especie de patio techado con gradas y nos invita a escuchar su narración. El instante en que hace silencio, mira al suelo, se concentra y se transforma nos emociona a todos los adultos que allí estamos porque, a partir de entonces y por unos diez minutos, Tales es la voz de ese sertão que é do tamanho do mundo. Y Marco es uno de los más atentos y tiene los ojos húmedos. Henequin. Un hereje va al Paraíso. De este libro maravilloso de Plínio Freire Gomes me acordé durante la visita al Museu da História da Inquisição do Brasil, creado en 2012, y de cuya existencia me entero por un folleto que recojo ya no recuerdo dónde. Paneles, reproducción de grabados y pinturas, biblioteca, objetos y réplicas de los instrumentos de tortura.

En las cercanías de Pampulha, en una casa impecable, con una empleada amabilísima, y un taxista que otra vez nos espera leyendo el diario (y aunque lo invitan a pasar, prefiere quedarse dentro del auto). Pedro Rates Henequin es el protagonista de esa historia que termina tan mal y que Plínio tan bien narra revelando el panorama de ebullición de una época, cuando los reinos de Europa se hacían a costa de sangre de incalculables cantidades de oro y diamantes. Hijo de una portuguesa y un holandés, pasó veinte años en Minas Gerais, donde convivió con emigrantes conversos a los que perseguían para quitarles sus fortunas. En sus alegatos, cuando lo apresan en 1741 en Lisboa, acusado de herejía por el Tribunal del Santo Oficio, jura que estuvo en el Paraíso, habla de ángeles sexuados hijos ilegítimos de Dios, de hojas caligrafiadas por Adán, de cascadas y frutos que caen en las manos, describe con asombro la altura de las palmeras, la androginia de la Virgen, creando una cosmología donde catolicismo, calvinismo, Cabala y mitos indígenas americanos se mezclan poetizando un discurso más que multicultural. Recorriendo las salas del pequeño pero cuidadísimo museo la complejidad de las tramas se vuelve patente. Siento que estoy donde todo empezó, como decía Haroldo de Campos, tan lejos de la inocencia y con la complejidad del Barroco. Arte 1. Arte 1, el canal cultural que es el premio, de vuelta en el hotel, después de la jornada de incursiones. Una noche veo para mi sorpresa a Fabrício Corsaletti, querido alumno, activo poeta, saludando por los cinco años de vida del canal. Fabricio, que ama y conoce muy bien Buenos Aires, frecuentó mis cursos de español de la Fundación Centro de Estudos Brasileiros, y escribió una novela ambientada en nuestra ciudad. En la programación, que es excelente, pasan un documental sobre Tomie Ohtake, la gran pintora japonesa radicada en São Paulo, filmado por Tizuka Yamasaki, la gran cineasta carioca nisei – recuerdo la muestra, también en Funceb, de grabados de Tomie que acompañaban o viceversa los textos de Yuugen de Haroldo de Campos, por otra parte publicados por mi amiga Mercedes Roffé en su sello Pen Press. Y, como si alguien programara mi agenda cultural, hasta pasan un documental sobre la isla de Naoshima, ese proyecto conceptualizado por Tadao Ando, que propone arte en una isla apartada, digamos el proyecto Inhotim japonés. Y en el periódico que he recogido en algún museo leo que ha fallecido hace poco Jacob Guinsburg, el mítico editor de Perspectiva, que publicó los Haroldo que atesoro desde hace tantos años. Agrego a los nombres que empiezan a proliferar en mi BH, el de Maria Julieta, la hija del poeta prócer Carlos Drummond de Andrade, quien fuera mi profesora y directora del CEB (Centro de Estudos Brasileiros) en los 70, en la sede de Ayacucho, enfrente del edificio de Radio Nacional, de quien le hablo a una profesora de arte, que está con un grupo de estudiantes en el Centro Cultural Banco do Brasil y que se presta curiosa a la charla. ¡Cómo me debía este viaje que termina hilvanando tantas vivencias! Brumadinho.

El sábado 19 de febrero ya estoy de vuelta en Buenos Aires, con mi cuaderno lleno de notas, con mi celular lleno de fotos, con el corazón lleno de emociones por este Brasil que pocos conocen, este Brasil interior, con su BH que, como me dijo un taxista, es la capital da roça. El viernes 25, una semana después, sucede la tragedia de Brumadinho, un dique (barragem) con desechos se rompe y un torrente de sustancias contaminadas arrasa todo a su paso. La dimensión de la tragedia es inabarcable. Me entero por las noticias que esa mañana abro en mi celu y que me manda el diario de BH em.com.br al que quedé misteriosamente suscripta. En seguida me acuerdo de Marco, extasiado ante el paisaje del Paraíso, y advirtiéndonos ante cada pueblito que pasábamos “pero ¿sabe de dónde sacan su renta?”… Y la barragem de Mina do Feijão desencadena el drama: cientos de muertos, no sé si sabrán algún día exactamente cuántos, pues hay hasta quince metros de barro de espesor, posadas arrasadas. Las primeras cifras son 157 muertos y 165 desaparecidos, pero van en aumento. Los titulares de los días que siguen no dan tregua: El mapa del miedo, 13 ciudades mineiras cercadas por diques de desechos. Crímenes de la mineración, cómo el juego de intereses facilita la impunidad. Brumadinho, una Guernica minera. En Minas hay cincuenta diques sin garantía de estabilidad, vea la lista. Mire cómo quedaría Congonhas en caso de ruptura de los diques que rodean la ciudad. El 9 de febrero, Inhotim reabre con un minuto de silencio mientras los bomberos reanudan las búsquedas en Brumadinho.

Doce millones de litros de barro tóxico. El barro de la barragem afectó el abastecimiento de agua de 16 municipios. Directores ejecutivos de Vale sabían del problema de la barragem en Brumadinho. Etc. etc. etc. Ya había sucedido en 2015 en Bento Rodrigues, ciudad arrasada, y 615 kilómetros de territorio fueron recorridos y contaminados por el flujo infernal en esa ocasión… Logro mandarle un whatsapp a Marco, me lo responde con un Obrigado, Amalia. Y veo en el círculo de identificación la palabra LUTO. Estoy cerrando. Suena mi celular con una notificación. Agenda del sábado 02/03 del Carnaval BH. La apertura del fin de semana de festejos en la capital minera estará a cargo del bloco Então, Brilha! que este año lleva al desfile mensajes de protesta contra el presidente Jair Bolsonaro y la mineradora Vale, responsable por la tragedia de Brumadinho. En Buenos Aires, sábado 2 de marzo 2019, 8.40 pm.

Amalia Sato Agosto de 2020

Dos historias fantásticas: La Llorona y Yotsuya Kaidan

Por Guillermo Quartucci, publicado en revista la Tokonoma 7

En todas las sociedades y culturas tradicionales existen historias de aparecidos, en su mayor parte expresadas a través de leyendas que se han transmitido oralmente de generación en generación. México y Japón, en el período histórico inmediatamente anterior a la modernización, es decir, en México en el período virreinal (1521-1823) y en Japón en la época Edo (1603-1868), son particularmente ricos en este tipo de historias.
En el Japón de los Tokugawa eran muy populares los encuentros denominados hyaku monogatari, en los que la gente se reunía para intercambiar historias de miedo, especialmente en las tórridas noches de verano. Cada uno de los participantes (que no tenían que ser cien, cien en este caso significa muchos) se sentaba frente a una vela encendida, que debía ser apagada en el momento en que terminaba de narrar su historia. Con la última historia contada y la última vela apagada, la oscuridad de la noche se adueñaba del espacio y volvía al ambiente propicio para experimentar esa particular sensación del “placer del miedo”, como la denominaba Lafcadio Hearn.
En el período Edo, en Japón se produjo un boom literario de publicaciones dedicadas a este tipo de literatura, con antologías que recogían historias fantásticas autóctonas, historias importadas de China e historias importadas de China adaptadas a la idiosincrasia japonesa. También el teatro kabuki, el bunraku y las recitaciones de kaidan y kôdan eran pródigos en este tipo de narraciones, especialmente en la última etapa del período, cuando la descomposición del sistema (es decir, durante el bakumatsu) provocó una mayor demanda de temas bizarros y fantásticos. Asimismo, contribuían a este fenómeno las condiciones de vida de la época y el valor de sugerencia de unas ciudades, donde todavía era muy difícil desterrar las sombras de la noche y su consecuente carga de temor y fantasía.
En México, durante el Virreinato, si bien las historias fantásticas no tienen el alcance editorial de las japonesas, hay numerosos testimonios de un gran corpus de leyendas de aparecidos que la gente gustaba relatar en ciertas ocasiones sociales, cuando el grupo se reunía para celebrar algún acontecimiento y la oscuridad de la noche hacía propicio el momento para adentrarse en compañía en el atractivo mundo de lo oculto. Escritores del siglo XIX dejan asentado en sus memorias de la infancia, las veladas que solían pasar junto a otros niños, donde nunca faltaba una abuelita o una nana que se dedicara a entretenerlos con historias de terror.

El romanticismo del siglo XIX

Si bien las historias de fantasmas, con el propósito manifiesto de provocar la sensación del miedo, tanto en México como en Japón, nacen en los siglos anteriores, es a partir de la modernización cuando cobran un nuevo significado. La modernización de Japón comienza a partir de la Restauración Meiji, en 1868, y la de México con la Restauración de la República, en 1867, y a ambas fechas siguen cuarenta años de relativa paz y prosperidad que permiten a los círculos de escritores comenzar a plantearse de una manera novedosa las cuestiones del quehacer literario.
En los primeros años hay una euforia racionalista y positivista que lleva a los escritores de ambos países a rechazar Edo y el Virreinato, como épocas de oscurantismo y superstición que impiden el avance de la ciencia y las fuerzas sociales progresistas. En Japón, con el lema de “civilización e ilustración” (bunmei kaika) y en México con el de “orden y progreso”, ambos lanzados desde arriba, se logró movilizar durante dos décadas a los grupos sociales más progresistas, incluido el de los intelectuales. Sin embargo, hacia la última década del siglo XIX, surgieron pensadores, literatos y artistas que, velada o abiertamente, criticaron la vacuidad del presente y se refugiaron en el pasado como una forma romántica de escapar a lo que ya se vislumbraba como fracaso del positivismo. Se inicia así lo que podría considerarse un desarrollo tardío, si se compara con Europa, de la corriente romántica.
En el retorno nostálgico a Edo y el Virreinato, y sobre todo en el rescate de las viejas historias de terror y espanto que parecían haberse disipado con la llegada de la electricidad y los tranvías, algunos finos intelectos de la élite de Japón y México lograron la hazaña de impedir que se perdiera la riquísima tradición fantástica, sobre todo de sus vetustas capitales. Las callejuelas de Edo, pobladas de seres extraños que medraban amparados en las sombras, y los rincones apartados de la “muy noble y benemérita ciudad de México”, la capital colonial de la Nueva España, volvieron a ser escenario de historias prodigiosas como las que habían provocado el encanto y el terror de los antepasados, esta vez al filo del siglo XX. Son precisamente dos de estas historias, inmensamente populares en Japón y en México, incluso en nuestros días, el objeto de análisis de este trabajo: La Llorona y Yotsuya Kaidan.

La Llorona

De esta historia, como de todos los relatos populares que se han transmitido oralmente de generación en generación, existen varias versiones. Sin embargo, dos son las que han prevalecido. En la más antigua se decía que la Llorona era el espíritu errante de la Malinche, la amante indígena e intérprete del conquistador Hernán Cortés, quien había sido un factor determinante, junto con su pueblo, los tlaxcaltecas, en la derrota por los españoles del Imperio azteca encabezado por Moctezuma, en la tercera década del siglo XVI. Consumada la conquista y muerta ya Malinche, se aparecía en las noches su espíritu errante en las calles de la flamante capital de la Nueva España, llorando y lamentándose, arrepentida de haber contribuido a la derrota del pueblo hermano de los aztecas. Su llanto se escuchaba en todas las casas de la traza española, infundiendo el terror de cuantos lo oían, y muy pronto comenzó a correr la versión de que quien la veía enfermaría gravemente, perdería la razón o simplemente moriría. La aparición se producía en las noches de luna, cuya claridad hacía resaltar la figura de la llorosa mujer, envuelta en una delgada túnica blanca y con el cabello negro y revuelto, lo que acentuaba su carácter espectral. El fantasma, después de recorrer las calles desiertas de la ciudad aterrada, se perdía en las aguas del todavía existente lago de Texcoco. Esta versión tiene su principal exponente en José María Marroquí, cuya Llorona data de 1876.
La otra versión de la Llorona, que es la que ha llegado a nuestros días, es más útil para compararla con Oiwa, la desdichada heroína de Yotsuya Kaidan. En esta versión, la Llorona es Luisa, una guapa mujer mestiza que tiene dos hijos fruto de sus amores con un hidalgo español afincado en México. La dicha parece presidir la vida de la pareja, hasta que un día el hombre le confiesa a su amante que va a casarse con una española que acaba de llegar expresamente a México y que, además, quiere a sus hijos. La mujer, desesperada, trata de retener al hombre de todas las maneras, pero ante el fracaso, ahoga a los niños en el lago de Texcoco, e inmediatamente se suicida. Pasado el tiempo, su espectro errante se desplaza llorando a gritos por las calles de la ciudad, reclamando a sus hijos, sembrando así el terror entre sus habitantes.
Como en la otra versión, su vista puede provocar la enfermedad o la muerte, e igualmente, el fantasma se pierde en las aguas del lago. La versión en verso de Vicente Riva Palacio y Juan de Dios Peza, de 1884, opta por esta interpretación de la historia, aunque es la de José María Roa Bárcena, de 1857, la que mejor la cuenta, enmarcándola en comentarios acerca de las creencias del pueblo.

Yotsuya Kaidan

De esta historia también existen variantes, pero básicamente se reducen a dos: la pieza teatral de kabuki de Tsuruya Nanboku IV, Tôkaidô Yotsuya Kaidan, representada por primera vez en 1825, y una narración presuntamente real de los hechos que apareció en 1829, aprovechando el éxito de la pieza de Nanboku, y que describe los hechos reales que dieron lugar a la erección del santuario shintoista de Oiwa Inari, en Yotsuya.
La versión de Nanboku nos habla de Oiwa, una bella y filial muchacha, hija de un carpintero, que decide casrse con un rônin, Iemon, quien es adoptado por la familia ante la ausencia de herederos masculinos.
Iemon, un hombre ambicioso, no está satisfecho con el matrimonio, menos cuando nace el primer hijo, que lo molesta con su llanto. Además, Oiwa sufre las consecuencias del parto y debe permanecer todo el tiempo en cama. La nieta de un acaudalado vecino pone sus ojos en Iemon, pero para unirse a él trama, junto con su abuelo y el samurai, la forma de quitarse del medio a Oiwa. Con la excusa de que va a recuperar su salud, hacen beber a Oiwa un poderoso veneno, que a las pocas horas desfigura horriblemente una parte de su cara y le hace caer la mitad del cabello. Transformada en monstruo, se suicida. Cuando Iemon la encuentra, la clava en una tabla, junto con un criado fiel que descubre el engaño y es asesinado por Iemon, y arroja a ambos al río. La noche en que intenta consumar su amor con la nueva esposa, ésta se transforma en Oiwa y Iemon le corta la cabeza con la espada, para descubrir, aterrorizado, que no es Oiwa. El abuelo de la muchacha oye los gritos y cuando se aparece en la puerta del cuarto donde se ha cometido el crimen, Iemon ve en él al criado asesinado días atrás, y también lo mata con la espada. Al darse cuenta de lo que ha hecho, huye de Edo, pero al pernoctar a la orilla del río, de pronto surgen de las aguas los fantasmas enfurecidos de Oiwa y el criado, que dan cuenta de él. James de Benneville publica en 1921 una versión en inglés de esta historia que sigue en parte a Nanboku, pero que incorpora elementos aportados por la versión en kôdan de finales de Edo, también muy famosa.
La historia del santuario shintoista de Oiwa Inari, de 1827, retomada por Tanaka Kôtarô, en la década de los veinte de este siglo, cuenta que Oiwa, hija de un samurari de bajo rango, funcionario policial, enferma de niña de viruelas, como resultado de lo cual su rostro queda desfigurado y pierde un ojo. Cuando llega el momento de casarla, conociendo las dificultades que la fealdad de su hija entraña, arregla mediante un nakôdo unirla a una samurai desempleado, joven y simpático, Iemon, que anda buscando rehacer su suerte y se convierte así en el heredero de la familia de Oiwa. Un samurai amigo de Iemon, cuando se entera de que una de sus dos amantes está embarazada, pide a Iemon que se case con ella, para lo cual debe repudiar a Oiwa. Cuando ésta sabe la verdad, enfurecida, desaparece, y vuelve a aparecer, como fantasma vengativo años después, cuando ya la familia de Iemon ha aumentado en varios hijos, para ir acabando uno a uno con ellos, incluidos Iemon y su esposa, hasta borrarlos de la faz de la tierra. La superstición popular convirtió a Oiwa en un fantasma que, como la LLorona en México, aterrorizaba a los vecinos de Yotsuya, en Edo, al punto de matarlos del susto. Para apaciguar el espíritu errante de Oiwa, se levantó el santuario de Oiwa Inari, y con la veneración de su memoria, el fantasma dejó de aparecer.

Los fantasmas enfurecidos de la Llorona y Oiwa

En las dos historias que se acaban de narrar hay varios elementos comunes que hacen interesante intentar una comparación de dos culturas tan alejadas en el espacio, como son las del México virreinal y el Edo de los shogunes, no obstante, paralelas en el tiempo.
En primer lugar, el aspecto de estas dos mujeres despechadas, cuya furia y muerte antinaturales hacen que vuelvan a manifestarse en este mundo, para terror de los vivos: ambas, según la mayoría de las descripciones, aparecen con una túnica blanca y vaporosa, vestimenta talar de la Llorona, propia de los religiosos de la época, mortaja con que se envolvía a los muertos en Japón, la de Oiwa. Ambas presentan la larga cabellera suelta y desordenada, y su gesto es tan horroroso que nadie que las haya visto puede escapar a la locura o la muerte.
Asimismo, ambas mujeres en su peregrinar emiten gritos aterradores, de llanto en la Llorona, de risa sarcástica en Oiwa, que hielan la sangre de cuantos los escuchan.
También el marco en el que aparecen es muy similar: la antigua traza (centro) de la ciudad española en México y las colinas de Yamanote en Edo. Ambas ciudades, en la época premoderna, estaban casi totalmente en penumbras y la sombra de los palacios de los hidalgos españoles y de las iglesias y conventos, en México, y de las residencias (yashiki) de los samurai y los templos budistas y santuarios shintoistas, en Edo, se transformaban en formas ominosas para la imaginación popular. También ambas ciudades estaban atravesadas de canales y acequias que las hacían más sugestivas.
La hora es la medianoche: cuando las campanas de la Catedral dan las doce, en México; cuando llega la hora del buey (ushimitsudoki, la una de la mañana en el actual horario) en Edo, momento en que aparecen los fantasmas. Lo avanzado de la noche, además de propicio para el recogimiento, favorece la aparición de criaturas extrañas. Todavía las ciudades no cuentan con un sistema de alumbrado público, con lo que la noche continúa siendo el marco perfecto para el horror y el misterio.
En cuanto a las razones por las cuales estas dos mujeres no pueden encontrar la paz después de muertas, tanto en La Llorona, como en Yotsuya Kaidan, hay elementos comunes de naturaleza social y de creencias religiosas que hacen interesante la comparación.
Ambas historias ocurren en las zonas donde habita la clase social que ostenta el poder: los españoles en México, los samurai en Edo. Siempre ha habido en la imaginación popular una marcada preferencia por situar las historias más atractivas donde los ricos y poderosos viven, en una muestra clara de la fetichización del dinero y el poder. Desde el punto de vista de la tensión narrativa, el marco que prestan las áreas donde vive la gente importante, con sus edificios majestuosos e imponentes, acrecienta la eficacia del relato. Estas historias permiten al narrador de extracción popular, adentrarse, aunque sea con la imaginación, en espacios de otra manera vedados a su condición social y donde el que detenta el poder es el malvado: véase al hidalgo que seduce a la mestiza Luisa, la infeliz Llorona, o el samurai que engaña a la fea Oiwa, el desdichado espectro de Yotsuya.
Por otra parte, este tipo de narración popular, a falta de otra calidad positiva del sexo femenino que no sea la de madre abnegada y fiel esposa, convierte a la mujer, objeto pasivo de la lujuria y ambición del hombre, cuando se enoja, en una erinia capaz de aterrorizar a toda una comunidad con su sed de venganza, y en su versión extrema, un fantasma furioso que no logra la paz hasta que todos le rindan el homenaje que en su condición de mujer, el ser irracional por excelencia, se le negó en vida. El concepto de onryô, espíritu furioso, en japonés, es muy útil para definir la actitud de estos seres que existen en todas las culturas.
Tanto en la creencia cristiano-católica, como en la budista-animista populares, las personas que mueren en circunstancias violentas o bajo los efectos de una pasión muy fuerte, no pueden alcanzar la paz post-mortem hasta que se apague su estado de confusión. En el rito católico son las plegarias por las ánimas del Purgatorio – adonde van a parar los que mueren carentes de estado de gracia – las encargadas de restaurar la paz de los espíritus. En el budismo-animismo, muy mezclado en Japón, el alma de los muertos alcanzará la paz en su mundo de sombras cuando se les construya un monumento funerario, y se rece lo suficiente como para calmar su desdicha. No hay peor cosa que morir mientras se padece el sentimiento de urami. Urami, que significa resentimiento, rencor (grudge, en inglés), es junto con onryô, un concepto aplicable con mucha utilidad a otras culturas.