Por Dominique Lieutet
Cara Amalia
Soy amiga de Marcela Canizo que me entregó la bella revista Tokonoma.
Tras haber leído algunas páginas del último número, y una precisamente sobre el sutil poder del kimono, decidí mandarle en agradecimiento (en otro mail) algo que escribí, inspirada por un kimono muy particular
Suelo escribir a partir de mis vivencias en Rio y muy particularmente en el barrio de Leme con sus dos morros Chapeu Mangueira y Babilônia.
Soy francesa de origen. Durante cinco años vivi en Buenos Aires donde tengo numerosos amigos. Hace 9 ãnos que estoy en Brasil donde vivi en Belem do Pará, São Paulo y Rio de Janeiro, siempre embelesada.
Me da mucho placer comunicarme con usted.
Amistosamente,
Dominique Lieutet
Una noche de carnaval João Carlos bajo más despacio la escalera vertiginosa de la favela de Leme. Cuando lo vi perfilarse entre las ramas que barren el camino parecía el doble de la luna deslizándose hacia el mar. Lucía una ropa turquesa amplia incorporando un paisaje abigarrado y sereno de flores y pájaros abrazados, y un tocado del mismo color para resaltar una suntuosidad oriental que él cultivaba para un público privilegiado.
En varias ocasiones había observado que João Carlos multiplicaba heterónimos y personalidades, hasta que una tarde, mientras yo evocaba mi penúltimo viaje, en compañía de Renata, él entró en la cocina, se quedó de pie para escuchar mi relato del Jalapáo, traducirlo como si yo hubiese venido del Japón y comentarlo con pomposas galas.
Reiteré que Jalapáo no era Japón y que yo me había quedado en Tocantins, provincia del Brasil. Pero él insistió en relatar, a su manera florida, mi propio viaje que él consideraba no suficientemente elaborado. Por lo tanto Joâo Carlos se puso a costurarlo con hilos de oro, ampliando cada imagen según un imaginario diamantino que le trasladaba a regiones lejanísimas que él, mejor que yo, podía evocar. Para él mis frases enunciadas en portugués eran insípidas en comparación con sus propias descripciones inauditas de los paisajes vistos con mis propios ojos y a los cuales él sustituía una vista ciclópica y una lengua “exótica” adecuada.
Sin nombrarme Joao Carlos no paraba de extasiarse y de comentar mis frases que tenían que ser las de otra , dilatando aun las onomatopeyas por un megáfono mental.
“Ella te dice, Renata, que Japón es maravilloso. Que allí crecen los buritis más esplendidos a orilla de ríos amenos para bañarse a la media noche…..Que el calor no le impidió disfrutar como nadie del panorama japonés…..que la gente sonríe más que aquí, que ella quiere volver ….”
El traductor innato estaba tan embelesado por su propio caleidoscopio que me prestaba rostro, lengua y ademanes de “japonesa”, de mujer tan distinta de cualquier dama que él había conocido en el morro, excepto quizás la última que había colgado el kimono en su casa, y dejado allí como regalo y presagio afortunado.
Para demostrar su seriedad y lucidez João Carlos se entristeció cuando en medio del quiproquo Renata se burló del sutil experto en lenguas orientales.
João Carlos la miró diciendo: “Renata, no me subestimes, por favor!”
En un dúo terminamos el relato del viaje al Japón. Yo en portugués y él traduciendo mi portugués en el suyo. Ambos creando a veces una fuga, a veces una rapsodia, hasta metamorfosear la cocina en un lugar que Joao Carlos sentía como pre-babélico, cocina – oasis edénico envolviéndonos de repente a la manera de un kimono de seda, tal una “vereda” roseana en el paisaje sertanejo.
En la noche de carnaval Joao Carlos vestido de kimono baja del morro y sigue el camino onírico que lo lleva al “Japón”. Al extender sus brazos se vuelve ángel “hagoromo-parangolé” sustraído a toda gravedad.
En la calle de Leme donde nos encontramos él no es más Joao Carlos sino “delta-ala en éxtasis”.
onde se lê hagoromo, leia-se parangolé
onde se vê monte fuji, veja-se morro da mangueira
o parangoromo
pluriplumas
se héliexcelsa
hélifante
celucinário
até
decéuver-se
no céu do
céu”
(Haroldo de Campos, homenaje a Hélio Oiticica)
¿Acaso se encontrará con nuestra vecina parangolé que le soplará otras palabras para volar?
En una ósmosis él y ella iniciarán una danza más allá del baile de carnaval. En la arena él- ella, ella-él… parangolé-hagoromo dibujando veredas para un nuevo mapa recreado y borrado al infinito por el sol de madrugada.