Prólogo para Rossetti, de Isabel Steinberg

El mandato oculto de cien cartas de amor

Por Amalia Sato En Rossetti, Isabel Steinberg se arriesga.

Es un texto anómalo, fuera de escala en su trayectoria de militante, escritora, investigadora y docente dedicada a estudios sobre psicoanálisis o temas de porte como en su libro El rechazo a los judíos, religión de Occidente. Este menudo libro, Rossetti, es un ejercicio aparte, un escrito vulnerable. Es homenaje a su muerto amado. Isabel se confiesa. Y no le importa mostrar cómo sucumbió a los pases de magia del bello amigo gay, a la seducción, coqueteo y chicaneos de su voz de barítono, al encanto de quien planeó su vida como obra de arte. Rossetti. Raúl Rossetti (1945-2010) fue un escritor y traductor argentino, que nació en Cañada Rosquín, provincia de Santa Fe, estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de Rosario, participó de las puestas teatrales del Grupo Lobo en el Instituto Di Tella; y vivió veinticinco años en Holanda; su primer libro El tiempo pródigo se publicó allí, luego publicó Samsara, Túnez y otras orillas, y Los mandatos ocultos; fue jefe de redacción de la revista Amsterdam Sur; regresó a Buenos Aires, participó de Pasaje a Oriente, narrativa de escritores argentinos; falleció enfermo de sida el último día de otoño hace seis años. Adriana Albi, Salvador Gargiulo y la propia Isabel se encargaron de la edición de El misterioso amor de la brújula, editado por Club Barton, antología póstuma de sus crónicas. Rossetti se entregó a los viajes, con derrotero que parece sinuoso pero que no es sino peregrinaje de iniciación hacia lo protector en espacios y creadores: Brasil y su carnaval, Tanger y Paul Bowles, Marruecos, Nepal, Tailandia, Amsterdam, la India, Borges, Wilde, Alfredo Alcón y tantos etc. En las bios que circulan por la red y que comprimen la intensidad de su vida, figura su colaboración en numerosas revistas, entre las cuales, Tokonoma, que edité durante veinte años y que menciono solo para agregar otro nombre insoslayable y querido a esa trama de contactos con contraseña de nuestro mundo cultural, Luis Thonis, que me lo recomendó y presentó con sus guiños de entendido. Nombre propio, Rossetti, es la marca de este opúsculo arrebatado que pone, como sabía Michel Leiris, en situación de peligro y notable exposición a su autora, la amiga adolescente desde los terribles 70. Sustantivo en italiano, Rossetti es rouges, cosmético para maquillar los labios (de una boca que no habla), ideal para garabatear en rojo sobre un espejo esta última carta de amor. El mandato de las cien guardadas en una caja, que ilusionaron un matrimonio entre gemelos celestiales, se ha cumplido cortés y occitano. Buenos Aires, 5 de febrero de 2017.

Bailarinas (Maihime) de Yasunari Kawabata.

Bailarinas (Maihime) Bailarinas (Maihime) de Yasunari Kawabata se publicó por entregas en el diario Asahi y se editó como libro en 1955 en la editorial Shinchosha. Mikio Naruse, con guión de Kaneto Shindo, la filmó dándole el papel protagónico a la actriz Mieko Takamine. Curiosas son las observaciones de Yukio Mishima, amigo y admirador de Kawabata, que constan en una nota epílogo en la primera edición. Opina que es una novela donde los personajes aparecen, nos intrigan y desaparecen sin que ninguna relación se desarrolle. Yagi, el marido de la protagonista, simboliza al artista, sin duda un demonio pero sin fuerza. Todos padecen ese mismo desvalimiento, como si a propósito el autor desistiera literariamente de todo momento capaz de provocar alguna embriaguez, observa fascinado.

Las dos maihime, dedicadas al ballet clásico occidental, madre e hija, resultan desvaídas: una resignada y retenida por el pasado, la otra una promesa con un futuro no tan promisorio; el mundo activo de la danza que la novela muestra es obra de otros, no de sus acciones sin potencia. Y como leitmotiv funesto Mishima destaca el pez carpa blanco en el Foso Imperial. Le resulta natural que el amante Takehara se preocupe por una mujer que se abisma en la observación de ese pez ominoso, símbolo estético del Nihilismo. Namiko es así una protagonista de teatro noh, una shite elegante y triste que se derrumba pero no con la inflamada infelicidad de Madame Bovary. Kawabata no se mueve de su postura, la vida en su novela se ve así y este es su modo de realismo, que provoca en sus lectores la sensación de “rascarse por encima del zapato” (kakka soyo), es decir, no llegar a capturar nada – como con humor Mishima reconoce-. La tragedia de la desintegración de la familia, del núcleo ie, en la posguerra, un derrumbe que acompaña la democratización del país, es también un tema pero aquí los protagonistas portan la semilla de la destrucción casi independientemente de la época. Yagi como un entomólogo que ama a Namiko, desde su peculiar dimensión de amor, transforma a su mujer en un cisne blanco. Arte y vida cotidiana son enemigos permanentes. Y la mujer que se sacrifica por el arte, se vuelve insignificante, infértil, una mujer piedra (umazume). Estos los juicios de Mishima y esta su conclusión: “Lo bello eterno para Kawabata – y, si lo digo yo, creerán que es un comentario interesado – es el tipo de belleza de los jovencitos: Matsuzaka y su brillo que ilumina como una hada o un efebo griego, o el dios Sagara, o la máscara de Kikujido en El sonido de la montaña. Creo que este es su sueño eterno”. Agreguemos que Bailarinas funciona también como un espejo empañado de la primera obra consagratoria de Kawabata de 1926, La danzarina de Izu (Izu no odoriko), pues en ambas la península de Izu y la ciudad de Shimoda son los destinos finales del relato.

Lugares cargados, por otra parte, de mucha simbología, pues fue el puerto de Shimoda uno de los que debió abrirse a Occidente ante la presión de los navíos negros del Comandante Perry. De la bailarina ambulante y popular de la primera novela, a estas dos practicantes de ballet clásico; del joven escritor que vagabundea por una geografía de montañas, aguas termales y playas, y narra el encuentro con un primer amor, al maduro novelista tomado por la melancolía sin fin de la posguerra en esta novela que transcurre en invierno. Su discurso “Yo, que pertenezco al bello Japón” (Utsukushii Nihon no watashi), pronunciado al recibir el Premio Nobel en 1968, trazó muy claramente el mapa emocional donde Kawabata deseaba perderse.

Amalia Sato/ Mami Goda. Buenos Aires, mayo 2018.

Homenaje a V.H de Mercedes Roffé

Placer de tener entre manos un libro engamado en el arco del sepia. Como una caja laqueada de alguna madera preciosa, en el tono vintage de ese pigmento de una criatura marina que es color de grabados y dibujos y fotos con su categoría agée.
Un libro que se declara tributo a Victor Hugo y a sus más de cuatro mil dibujos, esos “brown washes” esbozados en papeles minúsculos, en cualquier hoja o cuaderno, con los elementos adecuados del hacer artístico o con borra de café, o té o cualquier licor que los dedos incansables de su autor encontraran. Esa obra secreta, manirrotamente obsequiada a amigos, que se decía deudora de Goya y cuya libertad, que oscilaba entre lo figurativo y lo abstracto o lo onírico,
deslumbró a los surrealistas.
También las manos de la amiga poeta, escaparon del teclado o la pluma que las entregaba a la labor de escritura y, con añoranza también del buril de su padre grabador, empezaron a experimentar con tintas, con pinceles, y luego con cámaras captando en su marcha flaneur fragmentos de graffitis, o encuadrando superficies que informalmente convocaban al desciframiento de una escritura, o a su
gestación. Eso bien lo supieron las damas de la Corte japonesa, cuando durante siglos fueron deshaciendo el cuadrado de los ideogramas en filamentos que
fueron los trazos de la escritura fonética, o escritura
de mujeres, con la caligrafía de hierbas.
Hay ya en las experiencias de Mercedes poemas ecfrásticos y escritura asémica, y sus fotos dialogando con poemas en afinidad electiva, y también hay promesa de poemas suyos interactuando con collages afines. Pero este libro es una conversación entre imágenes. Nació en un castillo de Umbria (el Civitella Ranieri), donde la poeta disfrutaba de una beca y tenía a disposición una biblioteca, y allí descubrió el maravilloso volumen Stones and Stains, the drawings of V.H. Y este deslumbramiento ante este corpus de trabajos, con su rapidez de sketch, registro de todo lo
que llamaba la atención del escritor: un detalle, un paisaje, un rincón urbano, la lleva a ordenar algunas de sus fotos en un pantone mimético. Honrar a su modo la segunda vocación o don de VH. Un arco de imágenes fotográficas de Mercedes Roffé que hacen aterciopelado eco a esa obra secreta.

Amalia Sato, 10 de febrero de 2021
Buenos Aires, Argentina